Guardar tiene muchos significados. Por una parte significa custodiar algo para que no se estropee. Pero también utilizamos este término refiriéndonos a la importancia de respetar ciertas normas, o comportarnos de una manera determinada. Así, por ejemplo, se guarda un minuto de silencio, o guardamos luto, o cama si estamos enfermos. San Juan, en la primera lectura nos habla de guardar los mandamientos del Señor. Y aún dice más: “Pero, quien guarda su Palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud”. Guardar también significa cumplir, pero contiene un matiz. Quien guarda los mandamientos no los cumple a la fuerza, sino que lo hace porque custodia algo más grande, que respeta y ama. En ese sentido habla san Juan de guardar los mandamientos de Dios. Por eso utiliza el término tanto para lo que nos enseña como referido a la Persona misma, la Palabra, de la que provienen dichos mandamientos.
Durante estos días me he fijado, en distintos lugares y circunstancias, en el cuidado con que se guardan o desembalan algunos objetos que sólo se utilizan durante estas fechas. También he observado el cuidado con que se observan determinadas tradiciones: en el canto de villancicos, el envío de felicitaciones… Para algunas personas todo ello supone un verdadero ritual. Pero lejos de caer en un mero ritualismo lo hacen con el cariño de quien custodia algo importante. Por eso la observancia de esas tradiciones conlleva alegría y ayuda a situar mejor las celebraciones de estos días. Si les preguntáramos a esas personas si se sienten obligadas a guardar todas esas normas, nos mirarían sorprendidos. Porque en todo lo que hacen no entra el término obligación. Se trata de otra cosa. Están cuidando algo que es importante. No pueden hacerlo de otra manera porque están impulsadas por un amor.
También María y José acuden al Templo para guardar la ley de Moisés. En el plazo requerido había que presentar el Primogénito al Señor. Jesús no tenía ninguna obligación de cumplir con ese mandato. Pero Dios es cuidadoso con las cosas y muestra así su fidelidad a las normas por las que se regía su pueblo y que ayudaban a cuidar la relación de Israel con el Señor. Esa ocasión sirve también para que el anciano Simeón cante el cumplimiento de las promesas del Señor. Todo lo que estaba prefigurado en la ley se ha cumplido. Simeón había sido fiel al oráculo que había recibido y perseveraba en el templo aguardando el consuelo de Israel. Aguardar significa esperando ver. En cambio se guarda lo que ya se ha visto.
Lo sucedido con Simeón nos ayuda a entender mejor la exhortación del Apóstol. Hemos de guardad la Palabra, el Señor, en nuestro corazón. Ello supone custodiar su presencia en nosotros. Los mandamientos se orientan a ello. Son como el embalaje que utilizamos para que no se estropee algo importante. El amo que nos merece el Señor que ha venido a nosotros hace que esa ocupación no la vivamos como una imposición pesada, sino como el trato merecido a lo mejor que nos ha sucedido nunca. Tenemos a Jesús con nosotros y no queremos perderlo.