La resurrección de Lázaro es un texto que muchas veces se ha interpretado en referencia al perdón de los pecados. El pecado es una verdadera muerte del alma. Entre sus efectos está la pérdida de la gracia y la paralización de nuestra capacidad para obrar el bien.

Ahora bien, el que muere es siempre un amigo de Jesucristo. Aparece en la figura de Lázaro, verdadero amigo del Señor, al igual que sus hermanas. Su muerte natural afecta al Señor hasta el punto que llora. Quienes lo ven se conmueven al ver el dolor del Señor que nace de su afecto hacia Lázaro. Pensando en ello también nos damos cuenta de cómo Jesús se duele por nuestras faltas. Su amor hacia nosotros le ha movido a hacerse hombre y cargar incluso con las penas de nuestros pecados. Es el misterio de la pasión y muerte. A Jesús le duelen nuestras faltas. La escena del evangelio de hoy lo muestra bien.

San Agustín se fija en que Lázaro ya lleva cuatro días en la tumba. Estaba bien muerto. La hija de Jairo acababa de morir cuando el Señor va a verla, y el hijo de la viuda de Naín aún no había sido enterrado. Lázaro ya lleva tiempo muerto. Por eso dice Agustín que nunca es tarde para volver a la gracia cuando esta se ha perdido si se deja actuar al Señor. No se debe perder la esperanza. Alegóricamente en Lázaro vemos como toda persona puede volver a la vida de la gracia.

A estas alturas de la Cuaresma nos sentimos invitados a acudir al sacramento de la penitencia. Allí nos encontramos con un amigo, Jesucristo, al que le duele nuestra muerte espiritual y que está dispuesto a devolvernos la vida. De hecho, cuando experimentamos la reconciliación con Dios sentimos la necesidad de unirnos a la acción de gracias de Jesús.

Pero hay un detalle en la escena de hoy que no debe pasarnos desapercibida. Jesús manda que quiten las vendas a Lázaro para que pueda andar. Al amortajarlo lo habían atado con vendas. Es una imagen de lo que supone para nosotros el pecado. Pero una vez perdonados hay que ponerse a andar. Es decir, si Dios nos da la gracia es para que vivamos según ella. Tiene un dinamismo que exige de nuestra colaboración.

La mejor manera de conservar la gracia es dejando que se exprese en nuestra vida. Vemos también cómo ayudamos a las personas que queremos de dos maneras. Por una parte pidiendo por ellos, como hacen las hermanas de Lázaro al llamar al Señor. Por otra parte hay que ayudar a perseverar en la vida cristiana. Las vendas, como imagen de los hábitos adquiridos, nos señalan que no siempre es fácil caminar como cristianos. Pero a pesar de las caídas posteriores ya ha sucedido algo importante: la experiencia de cómo Jesús puede transformar tu vida. Por mal que estemos Él puede llenarnos de una nueva vitalidad.