2Re 11, 1-4.9-18.20; Sal 131; Mt 6, 19-23
En cierta ocasión, un sacerdote amigo mío vendió su casa y su coche para subvenir una necesidad ajena. La mañana después de haber entregado treinta millones de pesetas y haberse quedado sin el que iba a ser su techo de jubilado, le encontré, y me dijo con una gran paz: «Fernando, he comprado bonos del tesoro».
No puedo evitar acordarme de él cada vez que leo este fragmento del evangelio de San Mateo. Y me pregunto si nos hemos creído de verdad lo del Cielo: porque, si es así, semejante inversión deja en mantillas a cualquier «stock option»: díganselo, por favor, a Villalonga, y a todos los buscadores de fortuna: ¡Aquí hay un filón! (creo que esta frase la dijo, en los años ochenta, durante una corrida de toros, un alto cargo socialista, pero ahora, y con más razón, la digo yo).
Si todos tenemos la experiencia de lo sumamente deprisa que se pasa el tiempo; si todos conocemos las angustias y desvelos que nos produce el querer conservar, a toda costa, los bienes y seguridades de este mundo; si todos sabemos lo mal que se pasa cuando uno se esclaviza con metas terrenas… ¿No merece la pena entregar nuestras vidas, nuestros corazones, nuestros mejores deseos, en manos de Dios, y recuperarlos centuplicados y glorificados en el Cielo? ¡Que sí, que vale la pena, que es un filón! No te dejes engañar: esto no es un club de reprimidos ni de débiles mentales: «El que pierda su vida por mi, la encontrará» (Mt 10, 39). Todo aquello a lo que has renunciado en esta vida por Dios, te está esperando, transfigurado y limpio, en el cielo.
Por supuesto que no se trata de venir en busca de un mero beneficio egoísta. Pero el Amor tiene estas recompensas. Esta Iglesia que es hija de la Virgen es una multitud de almas que aman a Dios, que han hecho de Dios su tesoro, que han dicho, con San Pablo: «todo lo doy por perdido y lo tengo por basura con tal de que gane a Cristo» (Filip 3, 8), y que dentro de muy poco se llevarán la sorpresa de encontrar en el Cielo, no sólo a su Dios, luminoso y resplandeciente, sino todo aquello que por Él han dejado aquí. Esta Iglesia, hija de la Virgen, es la esposa de Cristo. Pero, además, ¡Es un filón!