Ya estamos de vuelta, no sé por qué se tomó vacaciones ayer el comentario, pero también tiene derecho. Yo pasaré las vacaciones en la solución habitacional que he puesto de parroquia, aunque se han ido muchos feligreses de vacaciones con cuatro lleno la parroquia. Como hace bastante calor celebro la Misa con las ventanas abiertas y los feligreses están en la calle. Veo pasar a la gente que va paseando a su perrito y se quedan con cara de asombro (sobre todo cuando llega la consagración y se ponen de rodillas en la calle). Otros pasan pensando que es una caseta de información de alguna promoción de viviendas y cuando se acercan a ver los precios y lo que leen es el horario de Misas se quedan alucinando. Otros pasan como ante un contenedor, sin darse cuenta que allí está lo que más vale de todo el barrio, de todo el mundo: el Santísimo.
“En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: -«El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría va a vender todo lo que tiene y compra el campo.” Parece que hemos pedido el sentido de lo que es un tesoro, se ha quedado reservado a historias de piratas o locos submarinistas. Lo más parecido a un tesoro es la lotería o esos juegos de azar, pero cuando le preguntas a la gente qué haría si le tocase suelen hablar de “tapar agujeros” (serán socavones enormes), pero como con cierto desprecio. Los tesoros parecen algo mítico e inexistente. Menos mal que apareció Gollum en el Señor de los Anillos para recordarnos lo que es un tesoro (aunque en este caso era negativo). Movía toda su pasión, avivaba su constancia, daba sentido a su vida y le hacía superar los más difíciles obstáculos. Cualquier cosa con tal de encontrar “su tesoro.” Si pusiésemos esa pasión para el bien seríamos imparables, pero parece que hemos perdido el conocimiento de las maravillas de Dios.
«Por haber pedido esto y no haber pedido para ti vida larga ni riquezas ni la vida de tus enemigos, sino que pediste discernimiento para escuchar y gobernar, te cumplo tu petición: te doy un corazón sabio e inteligente, como no lo ha habido antes ni lo habrá después de ti.» Salomón pide sabiduría y el Señor se la concede. Si hoy el Señor nos preguntase: “¿Entendéis bien todo esto?” tendríamos que contestarle, “sinceramente, no” pues el Señor no mueve nuestra vida, muchas veces nos deja indiferentes y nos cuesta caminar tras nuestro único tesoro.
“Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien.” Esa es la sabiduría que Dios nos concede: la pobreza, la enfermedad, la riqueza o el éxito, los desprecios e incluso la muerte sirven para el bien si se viven unidos a Cristo. Lejos de Dios se vive muy mal, todo pierde su sentido pues nuestro tesoro somos nosotros mismos y, ¡somos tan limitados! Sin embargo con Dios todo cobra sentido, hasta la noche oscura del alma que pudo conocer la Madre Teresa de Calcuta o San Juan de la Cruz, vivida unida a Dios, les lleva a ir “ sacando del arca lo nuevo y lo antiguo,” para nunca vender el campo, nunca desesperar en la vida, pues en nuestra vida está el tesoro de la fe.
Muchos vecinos y amigos de la Virgen pasarían a su lado sin darse cuenta que pasaban al lado del mayor cofre de tesoros de la historia, pasarían como pasan al lado de mi pequeña caseta. Que nosotros nunca pasemos de largo, ni dejemos de buscar y disfrutar el tesoro que Dios nos ha dado.