Una vez más quedamos sorprendidos por la compasión de Jesús. La caridad de su corazón es el motor de todas sus acciones. Su amor infinito no conoce límites ni se vale de ninguna excusa. Por eso, aunque se había retirado a descansar con sus apóstoles, y se sabemos que ni siquiera tenían tiempo para comer, cuando Jesús ve a la multitud inmensa, siente lástima de ella. La razón, nos dice el evangelio, es que “andaban como ovejas sin pastor”. Basta meditar un poco esta escena, situarse en ella con la imaginación, para conmocionarnos del todo. La razón siempre es el amor, y ese, a Dios y a los demás hombres, es el que ha de guiar nuestras acciones. Desde el amor todo tiene un peso diferente. San Agustín decía “amor meus, pondus meus” (mi amor, mi peso). Y Jesús se puso a enseñarles con calma, porque no era cuestión de despedir en seguida a personas que estaban exhaustas espiritualmente. Había que atenderlas despacio e instruirlas para que pudieran reorientar su vida. Lo espiritual queda por encima de lo material y el Señor se agota para que el hombre pueda descansar.

De ese amor nos habla la primera lectura de hoy. San Juan insiste en que Dios nos ha amado primero. Benedicto XVI, al respecto, ha señalado que no sólo nos amó ante en el tiempo sino que, también ahora, su amor precede a cualquier respuesta o acto nuestro. Porque el amor rige todas las acciones de Jesús. Su corazón está siempre ocupado en amar a los hombres que ha venido a salvar. Hoy lo vemos en este detalle, realizado mediante un milagro, de saciar a la multitud hambrienta.

Cuando leemos las biografías de san Pedro Claver, desgastándose a favor de los negros esclavos, o del santo Cura de Aras que apenas dormía para poder atender a los penitentes, no vemos personas ni tristes ni agitadas. Son como cirios que queman bien y consumen toda la cera sin que se pierda nada. Así lo descubrimos en todos los santos. Por el contrario, cuando falta esa entrega, y calculamos la caridad que hemos de ejercer nos parecemos a los cirios cuya cera se pierde en los chorreones, que además ensucian. En todo su obrar calculaban no según sus fuerzas, sino según el incremento que sabían Dios iba a concederles. Es lo que san Pablo dice en algún momento, “no yo sino la gracia de Dios conmigo”. En el milagro de hoy eso se refleja. Por eso los panes y peces no son ni mucho ni poco para Dios, sino el concurso de nuestra libertad a su acción. Jesús, para realizar ese milagro pide la colaboración de sus apóstoles. Hoy sigue haciendo lo mismo y espera de nosotros que seamos dóciles a sus iniciativas a favor de todos los hombres. Todo lo podemos con Él, a pesar de nuestras limitaciones y debilidades. Cuando uno se entrega por amor a Dios sus fuerzas lejos de disminuir, aumentan. Hay que hacerlo todo con Jesús.

Esa disposición a colaborar con Jesús se transforma en amor. Por eso dice san Juan: “quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor”. En el mismo sentido podemos decir que, en la medida en que ejercemos la caridad vamos conociendo mejor a Dios.