La parroquia sigue adelante. Cada vez son más las actividades, las solicitudes de gestiones, de sacramentos, de confesiones. Ningún día celebro menos de tres Misas y parece que lo de tener un vicario parroquial no es nada fácil. El día comienza pronto y acaba cuando acaba (hoy escribo el comentario frente al Santísimo expuesto a unos escasos tres metros de mi sitio) y después habrá que cerrar para volver a abrir mañana a las 7:15. De vez en cuando te viene la tentación del descanso, es decir, de no hacer nada. Pero en esos momentos pienso en los misioneros y misioneras que día tras día anuncian el Evangelio, en las madres y padres de familia que durante largos años cuidan con solicitud de sus hijos. Conocéis esa anécdota de Juan Pablo II, cuando nos tenía acostumbrado a un hombre lleno de energía y vitalidad, que recibió a un Obispo a ultima hora de la tarde y llegó arrastrando los pies y con cara de fatigado. El Obispo le comentó: “Parece cansado Santidad” y el Papa le respondió: “Si el Papa no llega cansado a esta hora del día es que no ha ejercido bien de Papa.” Entonces, ¿está mal descansar?. No, todo lo contrario, es muy necesario, pero también hay que aprender a descansar, no dedicar un rato a “no hacer nada”.
“Temamos, no sea que, estando aún en vigor la promesa de entrar en su descanso, alguno de vosotros crea que ha perdido la oportunidad.” Muchos la vida cristiana como un trabajo más. hace unos años (me imagino que ahora igual), era corriente ver sacerdotes que cuando se iban de vacaciones no celebraban la Eucaristía, en todo caso asistían los domingos como un fiel más. Muchos fieles viven sus prácticas de piedad como algo que hay que hacer y a lo que hay que buscar un hueco a lo largo del día. Y si bien es verdad que rezar puede ser trabajoso no es incompatible con aprender a descansar en Dios. Pensamos que tenemos que hacer un montón de cosas para Dios y es Dios el que está deseando hacer cosas en nosotros, para lo cual tenemos que pararnos. Descansar en Dios, disfrutar de los ratos de oración, de la Misa, de algún momento de lectura espiritual o bebiendo del Evangelio o acompañando a María contemplando los misterios de la vida de Jesús en el rezo del Rosario solos o en familia. Si aprendemos a descansar en Dios, a no estar pendientes del reloj, a no aprovechar para estar con Dios esos retazos de tiempo que no sirven para otra cosa, si somos capaces de desconectar el teléfono móvil (hace unos años la gente nos localizaba de todas maneras), entonces, empezaremos a disfrutar de Dios y nuestras prácticas de piedad serán momentos de descanso a lo largo del día.
Y queda un gran momento de descanso: “ Cuando a los pocos días volvió Jesús a Cafarnaún, se supo que estaba en casa. Acudieron tantos que no quedaba sitio ni a la puerta. Él les proponía la palabra. Llegaron cuatro llevando un paralítico y, como no podían meterlo, por el gentío, levantaron unas tejas encima de donde estaba Jesús, abrieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico. Viendo Jesús la fe que tenían, le dijo al paralítico: -«Hijo, tus pecados quedan perdonados.»” La confesión es algo así como pasarse la mañana en un balneario de esos que te untan todo tipo de baños y barros relajantes. Muchos acuden con miedo o con ganas de mentir un poquillo para quedar bien, pero lo mejor es colocarse debajo del chorro de la misericordia de Dios y quedar completamente relajado por su perdón. No hay músculo que no tonifique, no hay pecado que no se perdone, no hay alegría que no se encuentre. Y también está la alegría de animar a otros (amigos, cónyuge, hijos, enemigos,…) a acercarse al sacramento de la misericordia, entonces participaremos especialmente de su alegría.
Descansar, descansar en Dios y en compañía de nuestra madre la Virgen, de ahí sale la fuerza para descansar en vacaciones, que tampoco vienen mal.