Cuando se está organizando una parroquia (o cualquier cosa en la vida), se cae en la tentación de llenar todo de normas. Empiezan a hacerte sugerencias sobre cómo deben ser las cosas y lo que habría que hacer y lo que habría que prohibir. Como te descuides empiezas a poner carteles de “prohibido” en todas partes: “Prohibido pisar el reclinatorio” “Prohibido que los niños lloren en Misa” “Prohibido usar la megafonía” “Prohibido dejar las puertas abiertas” “Prohibido llevar la contraria al párroco” (esta última está bien). Poco a poco todo se va convirtiendo en una inmensa prohibición para que todo quede como creemos que es mejor y, como las prohibiciones están para saltárselas, nos enfadamos cuando no se cumplen. En la sociedad pasa algo parecido, los cuerpos legislativos van engordando y llenamos el mundo de carteles con un gran NO.
“El Señor habló a Moisés: – «Habla a la asamblea de los hijos de Israel y diles: «Seréis santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo. No robaréis ni defraudaréis ni engañaréis a ninguno de vuestro pueblo. No juraréis en falso por mi nombre, profanando el nombre de Dios. Yo soy el Señor. No explotarás a tu prójimo ni lo expropiarás. No dormirá contigo hasta el día siguiente el jornal del obrero….” En la Biblia también aparecen bastantes prohibiciones. Hasta tal punto nos gusta en el fondo que nos prohiban que muchas veces pensamos que la vida cristiana es un montón de cosas que no se pueden hacer, dejando poco margen para la acción. Pero cuando el Señor dice no (como también entre los hombres), suele concretar algo más importante. No hay que robar o defraudar porque esté feo o no quede bien, sino que el que busca acercarse a la santidad de Dios ni se le ocurre maltratar a los que también son hijos de Dios o ser injusto. Todos esos “noes” descansan sobre un gran Si, no son arbitrarios o caprichosos. Si intentamos portarnos moralmente bien por no transgredir ninguna norma seguramente no hagamos ninguna acción mala, y tampoco ninguna buena.
«Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme.» Esas palabras que pido a Dios un día escuchemos todos de labios de Jesús no son el premio a no haber hecho cosas malas, sino el de haber hecho muchas cosas buenas, por Cristo y en Cristo. Tal vez sin darse demasiada cuenta, a lo mejor sin grandes planteamientos, pero trataron a los demás como si estuvieran tratando al mismo Señor. Tal vez en el seguimiento de Cristo lo menos importante sea hacer cosas, pero poco sigue al Señor el que no hace nada.
«Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis.» Estos no hicieron nada, seguramente tampoco cosas malas, ni buenas.
Ojalá en este tiempo de Cuaresma pidamos al Señor no sólo no pecar sino dar frutos de buenas obras. La Virgen no fue una activista, pero nos deja la mayor obra de Dios Padre, a su Hijo encarnado en sus entrañas y nos lo ofrece generosamente a todos, ese es el gran Si de Dios a los hombres.