Que yo sepa sólo una vez he hablado con un asesino. Había matado por odio, cuando hablé con él ya entendía que ese odio era irracional, pero en aquel momento le habían enseñado a odiar. Y se acabó la anécdota. No sé si será coincidencia o no, pero leer las lecturas de hoy y leerse la carta que Benedicto XVI ha dirigido a los Obispos de la Iglesia católica sobre la remisión de la excomunión de los cuatro Obispos consagrados por el Arzobispo Lefebvre parece que se encuentra un soniquete de fondo común: hay personas (en aquel entonces dentro del pueblo elegido y ahora en la Iglesia), que odian. Así se comprende la tristeza y la soledad que emana la carta del Papa. Vamos a buscar parecidos razonables:
Del libro del Génesis: «Ahí viene el de los sueños. Vamos a matarlo y a echarlo en un aljibe; luego diremos que una fiera lo ha devorado; veremos en que paran sus sueños.» De la carta del Papa: « Por tanto, si el compromiso laborioso por la fe, por la esperanza y el amor en el mundo es en estos momentos (y, de modos diversos, siempre) la auténtica prioridad para la Iglesia, entonces también forman parte de ella las reconciliaciones pequeñas y medianas. Que el humilde gesto de una mano tendida haya dado lugar a un revuelo tan grande, convirtiéndose precisamente así en lo contrario de una reconciliación, es un hecho del que debemos tomar nota. Pero ahora me pregunto: ¿Era y es realmente una equivocación, también en este caso, salir al encuentro del hermano que «tiene quejas contra ti» (cf. Mt 5,23s) y buscar la reconciliación?.» Parece que hay que preguntarse si es pecado que el Papa tenga el sueño de una Iglesia unida, donde todos los que confesamos a Cristo como el Señor vivamos concordes con una misma fe. Pero hay algunos, de un lado y de otro si me permitís expresarme así, que no tienen ese sueño ni ninguno en el que ellos no sean protagonistas, sólo quieren imponer su postura, pisoteando la verdad, la caridad. No están en paz consigo mismo ni con Dios y necesitan sembrar discordia a su alrededor, todo les parece mal y son incapaces de perdonar y de perdonarse.
Del Evangelio de San Mateo: «Por último les mandó a su hijo, diciéndose: «Tendrán respeto a mi hijo.» Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron: «Éste es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia.» Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron.» De la carta del Papa « A veces se tiene la impresión de que nuestra sociedad tenga necesidad de un grupo al menos con el cual no tener tolerancia alguna; contra el cual pueda tranquilamente arremeter con odio. Y si alguno intenta acercársele –en este caso el Papa- también él pierde el derecho a la tolerancia y puede también ser tratado con odio, sin temor ni reservas.» El Papa ha sentido el odio, arremeter con odio, y no creo que en esa expresión de “nuestra sociedad” esté dejando fuera la Iglesia, los eclesiásticos. a intolerancia, el odio, nace de la soberbia, de la autosuficiencia, de pensar que no necesitamos de nadie, ni de Dios, nos bastamos con nosotros mismos. Ese es el odio que engendra al asesino, que destruye, -desde una mesa de conferencias de un congreso o desde un púlpito rodeado de encajes y puntillas, qué más da-, la fe, convierte la caridad en una burlesca acción social y entierra la esperanza.
«¿No habéis leído nunca en la Escritura: «La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente»? Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.» Con la carta del Papa constatamos la firmeza de la roca que es Pedro. Una roca que sufre, que llora, que aguanta el intento de horadarla de los enemigos de la Iglesia, de dentro y de fuera, que “muerden y devoran”, pero una roca que no se esconde, que no se aleja y se calla cuando ve venir al lobo con el disfraz que sea.
Siempre es momento de rezar por el Papa, de reafirmar que somos la Iglesia de Jesucristo fundada sobre la roca que es Pedro. Y sería ya momento de que tantos buenos fieles cristianos, tantas religiosas y religiosos despistados, tantos sacerdotes aburridos y desencantados reanimemos el primer amor, hagamos oídos sordos a aquellos que, de espaldas o de frente a la asamblea ¡qué más da!, sólo piensan en romper la túnica inconsutil de Cristo para repartirse los pedazos, y renovemos nuestro amor, fidelidad y cariño real y efectivo a la Iglesia Católica, sin complejos ni medias tintas. Ni un euro más en libros que ponen en duda la fe de la Iglesia, ni un click más en una página web que promueva el escándalo en la Iglesia, ni un asiento lleno en conferencias de teologuillos de moda. Y mucha oración por ellos y todos los bautizados que, por ellos, han perdido la fe.
Tal vez la frase más dura de la carta: «Me ha entristecido el hecho de que también los católicos, que en el fondo hubieran podido saber mejor cómo están las cosas, hayan pensado deberme herir con una hostilidad dispuesta al ataque. Justamente por esto doy gracias a los amigos judíos que han ayudado a deshacer rápidamente el malentendido y a restablecer la atmósfera de amistad y confianza que, como en el tiempo del Papa Juan Pablo II, también ha habido durante todo el período de mi Pontificado y, gracias a Dios, sigue habiendo.» Nuestra Madre la Virgen es judía por los cuatro costados, «María nos enseña la confianza. Ella nos conduce al Hijo, del cual todos nosotros podemos fiarnos» que ella ilumine al Papa para seguir siendo fuerte en la fe, ilumine a sus colaboradores para que dejen de hacer tonterías y sólo quieran anunciar a Jesucristo y nos ayude a todos a ser buenos hijos de la Iglesia. Hoy me he extendido, pero sé que me perdonáis. Rezar por las intenciones del Papa.