Is 7,10-14; 8,10; Sal 39; Heb 10,4-10; Lu 1,26-38
Mirad, la virgen está encinta y da a luz un hijo. En el texto hebreo: la joven está encinta. Tal es la señal del Señor que no abandona a su pueblo. ¿Quién es esa muchacha? Todas las jóvenes de Israel que cuando den a luz asegurarán con su descendencia la promesa del Señor a su pueblo. Mas la tradición judía y el texto griego de los LXX dicen virgen. Así pasa a nuestra comprensión de la promesa aplicada al Mesías que llega (Mt 1,23). Y, desde entonces, es este, Jesús, el Emmanuel, quien, llegando a nosotros por María, la virgen, habla por el salmo: aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad. La carta a los Hebreos —extraña y bellísima— nos habla de cuando Cristo, siguiendo la voluntad del Señor Dios, entró en el mundo, con el cuerpo que le había preparado en María Virgen. No más holocaustos ni víctimas expiatorias, sino su carne, la única que nos salva; pues conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo. Su sangre es derramada por nosotros una vez por todas. Su cuerpo y su sangre, nacidos de la virgen que profetizó Isaías, se nos dan en alimento, para nuestra salvación.
El relato de Lucas es de una concisión y belleza sublimes. Ocasión de innumerables obras de arte. Pensad en la Anunciación de Fra Angelico y sus divinos colores azules. Asistimos atónitos a la narración de la venida del ángel Gabriel a una Virgen, a una doncella prometida en matrimonio, como emisario de Dios mismo, y al diálogo inaudito que se establece entre ambos. El saludo es religioso, traduce el deseo de paz, vida total, plenitud de los dones de Dios, pero también invitación a la alegría mesiánica (Zac 9,9). ¿Cuál es el nombre de esta doncella? Llena-de-gracia, que substituye a su nombre propio. ¿Una gracia sólo graciosa? Una gracia profunda, en sentido bíblico, claro es, que muestra la benevolencia divina concediendo un don gratuito. ¿Con qué se ha de corresponder? Con la acción de gracias. ¿Llenamiento pasajero de la gracia para esta conversación con el ángel? No, dicen con seguridad los que saben bien el griego: acción pasada cuyo efecto perdura. María ha sido transformada por la gracia desde antes, y en ella se ha remansado la gracia. Esa plenitud de gracia está en función de su hijo —de su Hijo—, de la maternidad divina que ahora se le anuncia. Llena-de-gracia desde siempre y para siempre. Dios te ha mirado con favor y te ha acogido benévolo. En ella se hace, primero previsión y luego realidad, el nacimiento en sus entrañas del Mesías, Jesús. ¿Cómo sucederá esto, pues actualmente soy virgen, entregada a las manos del Señor? Misterio de esa virginidad. «La virginidad de María, y su dar a luz, lo mismo que la muerte del Señor quedó oculta al “jefe de este mundo”: tres misterios clamorosos, que se realizaron en el silencio de Dios» (san Ignacio de Antioquía). El Espíritu Santo te envolverá como en una nube, lenguaje bíblico para indicar la presencia de Dios: la nube envolvía el santuario o la tienda del encuentro (Ex 40,34). María va a convertirse en el santuario de Dios hecho hombre (Manuel Iglesias).
Queda aún lo más singular de la narración. Porque nada ni nadie obliga a la Virgen. Como decían algunos padres: la humanidad, la creación entera, la Trinidad Santísima esperan anhelantes el sí de quien se dice la esclava (libre) del Señor.