Is 49, 1-6; Salm 70, 1-6.15.17; Juan 13, 21-33.36-38

Hoy vuelve a aparecer Judas y de nuevo lo encontraremos en el evangelio de mañana. De hecho pensaremos bastante en él durante estos días. Al igual que Judas hay otros personajes, que tampoco deben pasarnos desapercibidos. Unos contribuyen directamente a la pasión, otros acompañan a Jesús sin comprender que sucede o alivianado sus dolores, la Virgen María se asocia íntimamente al misterio redentor de su Hijo.

Pero me llama la atención este protagonismo que adquiere el traidor y pienso en mí. Porque no debemos colocarnos ante la pasión como si fuera un espectáculo o un acontecimiento con el que no tuviéramos nada que ver. Jesucristo muere por mí, pero también yo, con mis pecados, contribuyo a la muerte del Hijo de Dios. Él no se encuentra en un callejón sin salida, sino que ha elegido una salida que no podíamos imaginar, la que parecía imposible. Mientras nuestros pecados parecen arrumbarlo contra un muro y aplastarlo allí, Él aceptará ser conducido por los hombres, pero será Él quien entregue la vida. Sin embargo está nuestra acción. Por eso Dios se hizo hombre, para pagar el precio de nuestras acciones y sanarnos de la muerte que estas nos producían.

Está la resolución de Judas por entregar a Jesús. Al final del evangelio vemos también la audacia de Pedro. Proclama que no se separará de su Maestro y que le acompañará hasta donde haga falta. Jesús le advierte que no será así, “Te aseguro que no cantará el gallo antes que me hayas negado tres veces”. Porque Pedro es débil y nosotros somos más débiles que Pedro. La lucha contra el pecado, la que conduce a la victoria, sólo puede realizarla Jesucristo. Una vez resucitado nos unirá a su victoria y, por la gracia, también nosotros seremos capaces de enfrentarnos al pecado y dar fruto de buenas obras. Pero la obra de la Redención sólo puede realizarla Jesucristo. Las palabras de Pedro han salido de su corazón generoso, pero serán refutadas por su cobardía.

Mirando a Pedro, entonces, se nos muestra de nuevo la grandeza del misterio que recordamos estos días. La fuerza del mal nos aplasta y, además, es capaz de hacernos cómplices y corresponsables de la pasión de Cristo. Por eso hemos de mirar aún con mayor agradecimiento a Jesús. Empieza el evangelio de hoy diciéndonos “Jesús, profundamente conmovido”. Está como diciéndonos que hasta lo más profundo de nosotros ha de estremecerse durante estos días. Porque la batalla es decisiva y los dos combatientes se presentan dispuestos a todo. Por una parte está, como concentrado en un punto, el mal del mundo. En la otra, dispuesto a abrirse a todos, la infinitud del amor de Dios, que se hace vulnerable pero que es invencible.