Hch 16, 11-15; Salm 149, 1-9; Juan 15,26-16,4

La Pascua avanza hacia Pentecostés. Ese día celebraremos la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles. Hoy, también en los próximos días, Jesús nos va a hablar del Espíritu Santo que va a enviar al mundo. El subirá al cielo, pero no va a abandonar el mundo.

Sabemos poco del Espíritu Santo, pero, por las palabras que hoy leemos, lo que parece más importante es dejarse instruir por Él. Aunque para nosotros sea muy desconocido nos es imprescindible para conocer la verdad. Jesús nos va instruyendo en algunos aspectos para que conozcamos su importancia y, sobre todo, para que deseemos recibirlo.

Hoy se nos presenta como “Defensor” y como “Espíritu de la verdad”. Ambas cosas van unidas. El Espíritu defiende la verdad del Hijo. Han existido, y sigue sucediendo, muchos errores en el conocimiento que los hombres tienen del Señor. Al intentar comprenderlo nuestro entendimiento tiende a reducir el misterio de Jesucristo. Las herejías cristológicas suponen un recortar atribuciones al Señor. Como su divinidad es un abismo para nosotros, y sobrepasa nuestra capacidad, al querer entenderlo del todo lo que hacemos es reducirlo. El Espíritu Santo, que mueve a la Iglesia e inspira a sus pastores, ha salido en defensa del Hijo. En concilios y declaraciones magisteriales se ha salvado la integridad del Hijo frente a doctrinas erróneas.

Pero no debemos pensar sólo en esa actuación solemne del Espíritu Santo. Podemos entender que Jesús quiere que también de una manera personal el Espíritu Santo ilumine a cada uno de los fieles. San Agustín en una homilía señala que no todos los que le escuchan saldrán de la iglesia igualmente instruidos. Y dice que la diferencia está en el maestro interior. Sin ese maestro la doctrina que escuchamos, por muy elevada que sea y bien expuesta que esté, no sirve de mucho. El maestro interior es el Espíritu Santo, que coloca nuestro corazón en sintonía con la verdad de Dios.

Ese Espíritu que da testimonio de Jesús nos prepara también a nosotros para ser testigos suyos. Sólo si somos instruidos de lo alto, y fortalecidos interiormente con los dones de la gracia, podemos hablar verdaderamente de Jesús. Hacerlo con nuestras fuerzas significaría minimizarlo, porque Él es mucho más grande, es Omnipotente e Infinito.

Pero en las palabras de Jesús hay también una invitación a la confianza. Anuncia a sus apóstoles el socorro del Espíritu Santo para que no se tambaleen cuando aparezcan las dificultades y persecuciones. Tienen una gran misión por delante, pero tienen una asistencia que nunca falla, la del Espíritu Santo. Él también es nuestro Defensor ante los peligros del mundo. Aprendamos a invocarlo y a estar dispuesto a recibir sus mociones.