Hech 19, 1-8; Salm 67, 2-7; Juan 16,29-33
A veces lo olvidamos y pensamos que no es cierto, pero las palabras de Jesús son claras: “Yo he vencido al mundo”. Es una de esas ocasiones solemnes en que el Señor habla en primera persona para disipar cualquier duda y evitar entrar en interpretaciones. Jesús ya ha vencido y, sin embargo, nosotros vamos a experimentar luchas.
Aquí por la palabra mundo no entendemos el conjunto de las cosas creadas, que son buenas. Se llama mundo a la oposición a Dios. La creatura que se opone a su creador y reafirmándose a sí mismo se enquista en lo creado en contra de Dios. Así, mundo designa también el querer vivir sin Dios. San Agustín señala que quienes aman el mundo son mundo. Amar el mundo quiere decir preferir las creaturas a Dios.
El mundo ha sido vencido porque Jesús, con su muerte y resurrección ha vencido al pecado. Hay un camino de salvación para el hombre aunque el mundo, no quiere reconocerlo e intenta arrastrar a los hombres con él.
En nuestra vida pueden darse muchas circunstancias en que, por desánimo, sintamos la tentación de ponernos del lado del mundo. Se da entonces una lucha interior. No se trata de que desde fuera intenten apartarnos de la fe o quieran hacernos dudar del amor de Dios. Eso también se da. Pero hay una lucha interna por la que no siempre vemos de manera clara que hay que permanecer fieles al Señor. Sucede cuando hemos de perdonar, o cuando nos encontramos con caminos más seductores pero falsos. Puede suceder, incluso, que deseemos obrar el mal para evitar otros males peores. La lucha, en ese caso, se da en el alma del hombre, donde, en imagen de Dostoyevsky, combaten Dios y el diablo.
Pero Jesús consuela a sus apóstoles para que encuentren la paz en Él. Aquí está la clave que, además, podemos experimentar en nuestras vidas. Humillar a otro o vengarse no provoca una paz duradera en nosotros. Tampoco la multitud de sucedáneos en los que nos ocupamos para distraer nuestro corazón nos reportan auténtica paz. La paz sólo se haya en Jesucristo. Por eso ante toda contrariedad, ya venga de fuera ya nazca de nuestro interior hay que buscar descansar en el Señor. Con Él podemos afrontar pacientemente las injurias, los problemas de diversas clases, el dolor físico y moral… Podemos sentir su victoria, que es la del bien sobre el mal, la del amor sobre el odio. Sólo así encontramos la verdadera paz, que consiste en la reconciliación del hombre con Dios. Mientras esta nos falta nos sentimos escindidos.
Cuando conocemos la paz que nos da Jesús ya no deseamos otra cosa. Basta recordar lo que sentimos después de confesar nuestros pecados en el sacramento de la penitencia, cuando somos absueltos, para darse cuenta de ello.