Gn 46, 1-7.28-30; Salm 36, 3-4.18-19.27-28.39-40; Mateo 10, 16-23
Con el salmo de hoy rezamos: “El Señor es quien salva a los justos”. En esa afirmación se dicen dos cosas. De un lado se recuerda que el justo no es abandonado por Dios, pero de otro podemos entender que el justo no siempre va a salir airoso en este mundo. De ahí la necesidad de que Dios garantice su seguridad. De lo contrario podríamos pensar que no vale la pena mantenerse en el camino del bien. Es cierto que no siempre a las personas que actúan rectamente las cosas les salen como desearían. Sabemos que se abusa de los inocentes y también conocemos el caso de personas que, precisamente por su bondad, han sido maltratadas. La tentación de elegir el camino del mal porque, aparentemente, les va mejor a los que lo siguen, está ahí.
La afirmación del salmo debe gravarse en nuestro corazón y la debemos completar con lo que se dice al final: “los libra de los malvados y los salva porque se acogen a él”. En nuestro recto obrar hemos de apoyarnos totalmente en el Señor. No es nuestra justicia la que nos da la felicidad, sino la de Dios.
El Evangelio que leemos hoy incluye también esta enseñanza. Jesús anuncia a sus discípulos que les envía a un ambiente hostil. Sabe que van a pasar por dificultades y que no lo van a tener nada fácil. Con un lenguaje gráfico les indica que han de permanecer en integridad y pureza. Ellos son ovejas, en medio de lobos, y han de ser palomas sencillas. Los dos animales que el Señor utiliza para designarlos apuntan a la inocencia. Pero Jesús indica que esa inocencia ha de construirse sobre la confianza en Él. De ahí que prevenga frente a los hombres.
Al decir que no se fíen de la gente entendemos que la confianza firme, que garantiza toda la vida, sólo puede estar puesta en Dios. Jesús no está haciendo un discurso antisocial. La gracia que nos viene de Dios, y que configura y mueve nuestra vida, no tiene un correlato en este mundo. Nadie puede sostener la vida sobrenatural que se nos da. Sólo Dios la garantiza. Más bien, como vemos en tantos ejemplos de la historia, la vivencia cristiana conlleva incomprensión y persecución.
No fiarse de la gente puede significar aquí no entrar en componendas. Es decir, no podemos pensar que nos abandonamos un poco en Dios pero no del todo. La vida cristiana conlleva el total abandono, porque de Dios lo recibimos todo. Jesús promete a sus apóstoles que Dios no los abandonará nunca, ni en las situaciones más terribles.
Que la Virgen María, que se reconoció como la esclava del Señor, nos ayude a confiar plenamente en su Hijo Jesucristo para que podamos experimentar cada día su fuerza salvadora.