Jc 9, 6-15; Salm 20, 2-7; Mateo 20, 1-16a

Siento una especial predilección por esta parábola en la que el Señor, una vez más, rompe nuestros esquemas. Me gusta por muchas cosas. En primer lugar por la insistencia del amo de la viña en ir una y otra vez a buscar trabajadores. El campo del Señor abarca todo el mundo y nunca podemos pensar que ya hay bastante gente comprometida. La evangelización exige continuamente de la entrega de nuevas personas y el Señor no deja de llamarnos.

Por otra parte me gusta ver que el Señor cuenta con todos, con independencia de las cualidades de cada uno. Podemos imaginarnos el pueblo en el que sucede la escena de la parábola. Probablemente en él todos se conocían. Podemos suponer que los trabajadores de la última hora continuaban en la plaza entre otras cosas porque no eran los mejores trabajadores. Quizás nadie los había contratado porque no se habían presentado a primera hora o porque sabían que eran trabajadores conflictivos o menos productivos que otros. No me cuesta pensar que si estaban en la plaza en hora tan tardía era, simplemente, porque habían ido a probar suerte pero con pocas esperanzas. Sin embargo, son contratados. Porque Dios cuenta con nosotros a pesar de nuestras limitaciones y defectos. Muchas veces somos indignos, pero Dios sigue contando con nosotros, porque el trabajo en su viña tiene características muy especiales. Es Dios quien nos da la fuerza para llevarlo a cabo.

Uno de los bienes que el Señor nos da a lo largo de nuestra vida es la capacidad para mover nuestra libertad al bien. Hay muchas gracias que quizás nos pasan desapercibidas y que consisten en que Dios nos anima a no quedarnos inactivos sino a vivir haciendo el bien. Cada vez hemos de ser más conscientes de que vivir según el evangelio, amando a los demás, es un gran don. La pereza puede ser un impedimento y, por ello, el Señor no deja de invitarnos para que nos pongamos en camino.

Finalmente vemos la generosidad desbordante de Dios. Todos los trabajadores cobran lo mismo, pero nadie cobra menos de lo que merece. En ese denario podemos ver una imagen de la plenitud a la que Dios quiere conducir a todo hombre. Es como una imagen de la felicidad ajustada a cada persona. No hay ninguna injusticia sino que hay sobreabundancia de misericordia.

La reprimenda que el amo de la viña dirige al jornalero que se queja también nos atañe. Es como una invitación a preocuparnos porque todas las personas puedan realizar el bien a que están llamados. No podemos conformarnos diciendo que ellos son de esta o aquella manera o que se lo han buscado. Como ese amo solícito hemos de aprender a invitar a otros a vivir en la plenitud de Jesucristo.