Ayer alabábamos al Señor, unidos a la enorme multitud de santos que pueblan el cielo, y nos alegrábamos con ellos, a la vez que presentíamos el ya cercano gozo de nuestra presencia en el Banquete Eterno. Hoy la Iglesia se recoge, se arrodilla, e intercede unida a Cristo, en el Santo Sacrificio, por todos aquellos hermanos nuestros que, habiendo ya salido de este mundo, esperan ser purificados para tomar parte en la gloria.

Debieras sentir un inmenso cariño por las almas de Purgatorio. Especialmente ellos son muy hermanos nuestros. Aman a Dios, como nosotros; viven todavía en la noche, sin haber sido aún colmados con la luz, como nosotros; están purificándose, preparándose para vestir el traje nupcial, como nosotros. La única ventaja que nos llevan, en esta larga y maravillosa peregrinación, es que ellos ya han cruzado la Puerta Santa de la muerte, y no volverán atrás: saben a ciencia cierta que estarán en el Cielo, y esa esperanza inconmovible llena de alegría su purificación.

No sabemos cuántos son; tampoco sabemos cuántos, de entre nuestros familiares y amigos difuntos, esperan allí la hora del triunfo final… Lo que sí sabemos, y a ciencia cierta, es que nos unen a ellos los vínculos estrechísimos de la comunión de los santos, y que a través de ellos podemos hacerles mucho, mucho bien. Cada misa que se ofrece por ellos, cada indulgencia, cada sufragio, suponen, en el Purgatorio, una ráfaga gozosa del Espíritu-Viento, que lleva consigo a la gloria nuevas almas. A veces me les imagino asomados a la tierra, con sus ojos pendientes de nosotros, anhelando esos auxilios valiosísimos que acorten su espera. ¿Has pensado alguna vez lo que supondría el que un alma estuviera en el Cielo gracias a ese último empujón de tu oración? ¿Cómo no habría de agradecértelo con una intercesión poderosísima delante de Dios?

La Santísima Virgen ama, con un cariño tiernísimo, a todos esos hijos suyos que allí se purifican para entrar en la gloria. Unamos hoy nuestra intercesión a la suya, y con Ella, en el santo sacrificio del altar, ofrezcámonos con Cristo, hechos un sólo cuerpo, por las almas de todos nuestros hermanos difuntos. ¡Brille para ellos la luz eterna!