Han pasado dos mil años, y no hemos cambiado en nada. Las mismas excusas con que quisieron disculparse los invitados al banquete de que nos habla la parábola son las excusas que el hombre sigue arguyendo para decir «no» a Dios… Bueno, no exactamente: pocos se escudarán en que han comprado cinco yuntas de bueyes, pero, a cambio, se compran un ordenador nuevo y le dedican todo el tiempo del mundo; en eso hemos progresado.
Pero, en el fondo, todas esas excusas se reducen a una sola: «no tengo tiempo; tengo mucho que hacer; ¿cómo quiere usted que dedique media hora diaria a la oración (¡Media hora! ¿qué se habrá creído este cura?) cuando tengo tantísimo trabajo y tantas cosas que hacer en mi casa?»
Tras estas excusas se oculta una visión de Dios infame e injusta: la oración y los sacramentos serían deberes impuestos, por el Creador o por la Iglesia, deberes que deben añadirse a la ya de por sí larga lista de cosas-que-hacer… «¡Por si no fuera poco con lo que me exigen el trabajo y la familia, ahora llega Dios con lo de la misa y la oración!¡Pobre de mí! ¿Es que nadie se da cuenta de que no puedo más?». Una cosa es verdad en toda esta argumentación tan estúpida: «¡Pobre de ti!». A mí me dan mucha lástima las personas que miran a Dios y a sí mismas con esos ojos. No pueden ser felices con tanto agobio. Nos hemos vuelto todos tan «serios y responsables» que Dios, a nuestro lado, ha quedado convertido en un vago inconsciente. Porque, si lees bien la parábola, verás que el protagonista no está mandando nada a nadie; está invitando festivamente a un banquete.
De modo que, mientras nosotros vamos corriendo de acá para allá, llenos de cosas-que-hacer, no se le ocurre al buen Dios otra cosa que invitarnos a comer y a pasarlo bien… Y es que la oración y los sacramentos son eso, un banquete, un momento festivo y muchas veces reparador en el que el hombre disfruta de su Dios; acudir a esa cita como quien va a cumplir un deber no deja de ser un insulto a la bondad de Dios.
¿Tú para quién trabajas: para ti, para los hombres, o para Dios? Si trabajas para ti o para los hombres, estás perdiendo el tiempo, porque todo lo que haces se pierde en este mundo, y de nada te servirá en el otro. Pero, si trabajas para Dios, ¿Te molesta que tu Patrón te diga: «descansa un poco conmigo»? Si por hacerlo se quedan sin hacer algunas cosas (procura que sean las que haces para ti), ¿Qué más te da, si estás obedeciendo a Dios?
¡Será que no había que hacerlas! Ponlo en sus manos. Y no seas tan «serio»; ya bastantes disgustos nos da el fútbol. Pídele a la Santísima Virgen que te conceda sonreír, detenerte, y acoger con calma esa maravillosa y diaria invitación de Dios. Además, ¡Vivirás más años!… También aquí.