Sb 6, 1-11; Salm 81, 3-7; Lucas 17,11-19

Un aspecto importante de la vida cristiana es el agradecimiento. Santo Tomás dice: “No es digno de recibir bienes mayores quien no agradece los dones recibidos”. El agradecimiento ensancha el alma y nos capacita para que Dios nos bendiga con mayores beneficios. Es una enseñanza constante de la Escritura. María canta de alegría en el Magnificat por las maravillas de Dios, y Jesús en diversas ocasiones eleva una plegaria de acción de gracias al Padre. La misma Eucaristía es oración de agradecimiento a Dios.

La gratitud no es sólo reconocimiento por algo que se nos ha dado inmerecidamente, sino también puerta de entrada de otros regalos. Así nos lo muestra el evangelio de hoy. Jesús ha curado a diez leprosos, pero sólo uno, que además es extranjero, vuelve “alabando a Dios a grandes gritos” en cuanto descubre que se ha curado. Por eso, Jesús le hace un regalo aún mayor: “Tu fe te ha salvado”. Porque reconoció el favor del Señor en lo pequeño (curarse de la lepra), le fue concedida una cosa grande (la salvación).

Nosotros, como el leproso del evangelio, tenemos multitud de motivos para estar agradecidos a Dios: la vida, la belleza de la Creación, la familia, el don del bautismo, la Iglesia… A menudo olvidamos todo lo que Dios ha hecho por nosotros. Eso genera una actitud espiritual que es errónea: pensar que nos merecemos lo que Dios nos da. Por otra parte, en ocasiones sucede que nos olvidamos de los dones que recibimos en el pasado.

Fácilmente nos apropiamos de lo que no es nuestro. Los dones personales, que a veces reciben el nombre de carismas (gracias carismáticas), Dios los entrega para el bien de la Iglesia. Qué bonito es cuando un hijo, al ver lo bien que lo educan sus padres, puede cantar agradecido a Dios. O un esposo al ver la bondad de su esposa. O unos fieles a los que el sacerdote ayuda a caminar y crecer en la fe. Como la Virgen María hemos de aprender a cantar la grandeza del Señor que derrama incesantemente su bondad sobre nosotros. De ese canto de alabanza surgirán nuevas intervenciones de Dios y, además, nos ayudará a nosotros a saber reconocerlas. ¡Hay tantas gracias que se nos escapan simplemente porque no sabemos agradecerlas!

En la primera lectura se nos advierte de que el en juicio Dios será más severo con los poderosos que con los pequeños. Los primeros tienen una responsabilidad más grande y, además, podían conocer mejor los efectos de sus acciones. Podemos establecer un paralelismo y darnos cuenta de que también cuantas mayores gracias hayamos recibido de Dios más se espera de nosotros. Quizás nos preguntemos qué nos ha dado. Si empezamos a dar gracias lo descubriremos pronto.