Sb 18, 14-16; 19, 6-9; Salm 104, 2-3.36-37.42-43; Lucas 18, 1-8

He tomado el título de este comentario de un libro que Ciudad Nueva acaba de publicar. Recoge algunos pensamientos y extractos de homilías de San Juan María Vianney, el Cura de Ars. En este año dedicado al sacerdocio su figura está especialmente presente en nosotros y vale la pena acercarse al corazón de este pastor de almas que amó tanto a Dios y a sus feligreses.

El Evangelio nos habla de la importancia de perseverar en la oración y de no desanimarnos ni siquiera cuando pensamos que Dios no nos escucha. Jesús es claro al decirnos que Dios hará justicia sin tardar a sus elegidos que le gritan día y noche. Hay algunos textos del Cura de Ars que pueden ayudarnos a que esta idea de Jesús araigue más profundamente en nuestra alma.

No hace falta hablar mucho para rezar bien. Sabemos que el buen Dios está ahí, en el santo Tabernáculo; le abrimos el corazón y nos complacemos en su presencia. Esta es la mejor oración”. Aquí el Cura de Ars nos dice cosas muy importantes. La primera es que hemos de tener confianza para rezar aunque no sepamos usar muchas palabras. Ante Dios no hace falta la retórica. Basta con abrir el corazón. Lo hacemos ante alguien que se pone a tiro, porque Jesús está en el Sagrario, y desde él nos ofrece también su corazón. Se pone cerca para que todo nos sea más fácil y, como se nos indica, todo pasa por ponerse delante y agradecer su presencia.

Hay que rezar mucho con sencillez y decir: Dios mío, he aquí un alma muy pobre que no tiene nada, que no puede nada, dame la gracia de amarte, de servirte y de darme cuenta de que no soy nada”. Otro aspecto importante de la oración es la sencillez. Aparece también en el evangelio de hoy. La que importuna al juez es una mujer viuda. Esa mujer no era poderosa y por ello necesitaba del juez para obtener justicia. Pedía desde su impotencia. Pedimos poco quizás porque somos orgullosos, pero se nos insta a entrar en la sencillez y a pedir con humildad.

El buen Dios no nos necesita: si nos pide que recemos, es porque quiere nuestra felicidad y porque nuestra felicidad sólo se puede encontrar ahí”. A muchos la oración se les hace pesada. La ven como un tributo que hay que pagar al Señor. Como es Dios y nosotros somos creaturas hay que pasar por ello. Así piensan algunos. Que bueno reconocer que si Dios quiere que le hablemos es por nuestro bien. Al pedir nos hacemos conscientes de la felicidad que sólo Él puede concedernos y nos disponemos para recibirla. Cuando rezamos los que salimos beneficiados somos nosotros. Que el Señor nos conceda comprenderlo para que nos sea más fácil elevarle nuestros corazones.