Da 2,31-45; Da 3,57-61; Lu 21,5-11
Habrá final, aunque se vaya alargando, aunque no venga enseguida. Oiremos de guerras, de violencias sin número, de revoluciones mil; pero no tengáis pánico. Tenemos que vivir esa espera del final desde nuestro largo ahora. Y la tenemos que vivir en-esperanza. Deberemos interpretar los reinos, como hace Daniel. E interpretarlos no en el puro paso del poder y la soberanía de unos a otros, sino teniendo en cuenta el final. Y el final es el reinado de Dios. Todo, pues, tiende a él. Bendeciremos al Señor. Ángeles, cielos, aguas, ejércitos, bendecid al Señor, ensalzadlo con himnos por los siglos.
¿Cuál va a ser la señal de que todo esto está para suceder? No tengamos miedo, la paciencia de Dios se extrema en estas cuestiones. Deja que las cosas y las personas se vayan haciendo a su reinado. Pero habrá sobresaltos mil. Pasaremos todavía por revolucione y violencias. Se derramará mucha sangre inocente. ¿Cómo deberemos comportarnos en estos tiempos violentos que nos señalan un final? Nunca pensaremos que el reino en el que estamos sea el reinado de Dios. Este circula por sus propios caminos. Por eso, tampoco nunca pensaremos que un reino es reinado del Anticristo. También él circula por otros caminos. Todo reino es construcción nuestra, de gentes como nosotros. Tenemos que laborar fuerte para que ese reino no se oponga al reinado de Dios; no favorezca el reinado del Anticristo.
Nunca pensaremos que el reino que nosotros constituimos es ya el reinado de Dios. Buscaremos con todas nuestras fuerzas que no se oponga a él. Pero nunca nos hagamos ilusiones. Los reinos son cambiantes. Bastan circunstancias anómalas que, empujadas por toda la vidriosidad de la sociología política y societaria, para que en unas elecciones, en las mayorías que permiten unas leyes y no permiten otras, todo cambie. No digamos si se producen golpes, violencias y guerras. ¿Cómo conseguir que nosotros los cristianos vivamos en espera del reinado de Dios en el tumulto socio-político del día a día? Es importante que trabajemos en el reino para que en él se den circunstancias, leyes, perspectivas que nos acerquen al reinado de Dios. Mas ¿seremos tan ingenuos de pensar que ese reino por el que luchamos en el fragor de la política y de los partidos es ya el reinado de Dios? Lo hemos visto muchas veces, demasiadas. Esa confusión lleva siempre a dificultades y a dictaduras. No labora por la libertad de todos, por la construcción de un mundo menos violento, más humano y libre, más solidario. ¿Deberemos, por ello, abandonar todo trabajo en el reino para esperar a la sopa boba el reinado de Dios? No, claro.
El reinado de Dios se nos da, pero trabajamos en él y por él. Nosotros somos sus peones. Estamos de la parte de Dios —somos sus esclavos, como María—, y ello tiene que resplandecer en nuestras posturas, en lo que defendemos, en lo que procuramos evitar. En lo que no callamos. Nunca dejaremos de decir aquello que es lo nuestro, por más que lo hagamos con inteligencia, nunca en el mogollón del insulto, nunca en la imposición a los otros. Pero nunca callaremos. Nunca dejaremos de luchar en defensa de la vida, de la paz, de la libertad, de la concordia, del diálogo. ¿Cómo se hace tal cosa? Véalo cada uno. Véanlo los grupos cristianos. Véalo la Iglesia en lo que le toca, que nunca va a ser de otra manera que como consejo, aliento, exhortación, empuje al siempre tan decisivo ‘no tengáis miedo’.