Is 25,6-10a; Sal 22; Mat 15.29-37

Significa que ya está llegando, que se acerca a nosotros, que no nos ha abandonado, que habitaremos en su casa, porque él es nuestro pastor, y viene para conducirnos hacia fuentes tranquilas, recostándonos en verdes praderas y de este modo reparar nuestras fuerzas. Mirad, que ya llega. ¿Quién llega? El Hijo. No una salvación abstrusa, sino un ser de carne. Lo vemos llegar en el vientre de María. Acudamos a Belén para contemplar el acontecimiento de su llegada. Preparémonos para ello. Que no nos coja de sorpresa, sin la tensión de su espera, quizá porque ya habíamos perdido toda esperanza. Vivamos en-esperanza porque ya está llegando. Miremos el camino. Estemos atentos a los ruidos de los que pasan por él. Quizá al pasar nos llame.

¿No esperábamos que nos salvara nuestro Dios, aunque ya casi algunos habían perdido toda esperanza, pues aquí está llegando? Ha preparado en el monte santo un suculento festín. Arrancará en ese monte el velo que cubre a todos los pueblos y la muerte será vencida para siempre. El Mesías está llegando. Mirad que ya viene.

Miremos al monte en el que se acaba de sentar Jesús. Muchos esperábamos y ha acudido a él mucha gente, porque, quizá de modo confuso, vivía en-esperanza. Tullidos, ciegos, lisiados, sordomudos y muchos otros. Pero ¿qué pasa? En definitiva, ¿sólo se acercan a él los estropiciados? ¿Sólo vivimos en-esperanza aquellos a los que nos falta algo, que necesitamos curación? Es verdad que también se acercan a él los que conducen a los necesitados, pero ¿y los otros, los sanos, los orondos, los ricos, los rellenos de toda suficiencia, los que no necesitan su llegada porque viven en su misma hartura? Como anunciaba la profecía de Isaías los ciegos ven, los cojos andan, los tullidos se levantan, Este es el tiempo del Mesías. Ya llegó, está en el monte de las bienaventuranzas. Venid a él los que vivís en-esperanza.

Jesús es cuidadoso, ve la hambruna de los que se acercan a él y pide que les demos de comer —¿no hablabais del banquete mesiánico?, pues dadles de comer—, tres días llevan sin comer por llegar a él, y no quiere que desmayen en el camino. ¿Quién?, ¿nosotros les daremos de comer? ¿Cómo? No tenemos nada, apenas si algunos panes y unos pocos peces. ¿Qué es eso para tanta gente que vive en-esperanza y que se acerca a ti? Porque la gente no se acerca a nosotros, sino a Jesús, pero él nos pide que seamos nosotros quienes les demos de comer. ¿Cómo lo haremos, Dios mío? Y es él quien manda sentarse a la gente en el suelo —¡menudo banquete, menudo lugar, menudas gentes!—, toma los panes y los peces, dice la acción de gracias, los parte y nos los va dando para que seamos nosotros quienes se los demos a la gente. Sobraron siete cestos.

El banquete que se nos ofrece como austero signo es el de la eucaristía. No es poco que el pan haya dado de sí de esa manera tan asombrosa, que haya bastante para todos y en todos los lugares, pero lo que sí es asombroso es que ese pan —y el vino— tengan tan íntima vinculación con Jesús, con su carne. Este banquete, siempre tan austero, significa el banquete pascual que Jesús celebrará con los suyos, y ahora también con todos nosotros, en el que nos dará su carne y su sangre como alimento. Él será la víctima. Él será el sacerdote. Él será el alimento.