Hch 6, 8-10; 7, 54-60; Salm 30, 3-8.16-17; Mateo 10, 17-22

La sangre de Esteban es la de un mártir. El primero de la Iglesia. Celebramos su muerte como una victoria porque la Vida se ha mostrado en el mundo. Tras el misterio de la Navidad encontramos este testimonio. Dios se ha hecho hombre y lo ha cambiado todo. Al verter su sangre Esteban no sólo pierde la vida física, sino que muestra la vida eterna. En el prefacio de la Navidad recordábamos el feliz intercambio por el cual Dios se hace uno de nosotros para que los hombres podamos alcanzar la vida divina. Hoy vemos como esto se realiza. Dios nos da la vida y Esteban entrega la suya por esa Vida que es más grande.

Hay algunos que no aceptan la vida que Jesucristo nos ofrece. Matan a Esteban porque rechazan a Jesucristo. Eso también forma parte del misterio de la Navidad. Lo milagroso es que Dios transforma todo el odio de los que persiguen a Esteban en una manifestación de su misericordia. Así Esteban da la vida perdonando a quienes lo persiguen. Es la victoria de la Encarnación. Jesús nacido en Belén y que muere por nosotros en el Gólgota, vive resucitado y comunica su vida a los que creen.

Como señal de esa unión entre Dios y los hombres, Esteban en su visión contempla a Jesucristo en pie junto al Padre, en el cielo. La Redención se ha realizado y su victoria va a manifestarse en el mundo siguiendo el camino de humildad iniciado en Belén. Por eso Esteban muere perdonando. Aparentemente los enemigos habían triunfado, pero el perdón y la misericordia salían victoriosos.

Jesús en el Evangelio nos advierte de que seremos odiados por su nombre. Y su nombre, lo recordamos estos días, le ha sido puesto porque viene a salvar a los hombres de sus pecados. Por tanto hay gente que no desea ser salvada. Eso es lo que causa dolor al Corazón de Jesús. El sufrimiento y la muerte de los mártires son heridas infligidas al mismo Señor. Se producen en personas que se han unido tanto al Señor por la gracia del Espíritu Santo que lo soportan todo en el Señor. Los sostiene el amor que viene del corazón del Salvador. El mismo amor que mantuvo a Jesús clavado en la cruz es el que ahora da fuerza a los mártires. Ese amor lo contemplamos este día en la pequeñez de Belén. Ese corazón late por nosotros. El palpitar del corazón del Niño Dios es el signo de su vida humana pero también indica el flujo de gracia que alcanza a todos los redimidos. En la sangre de Esteban vemos la sangre de Jesús y también se nos indica la grandeza de vida a la que estamos llamados. Ser testigos de Jesús significa ser portadores de su vida y estar llenos de su amor. Por eso la fiesta de hoy nos ilumina grandemente sobre el misterio de la Navidad. Dios se abaja y se adentra en lo más íntimo de cada uno de nosotros concediéndonos una nueva vida.