Jesús recién nacido visita el Templo. Más adelante dirá que Él es el verdadero Templo del cual el de Jerusalén era sólo figura. Encontramos a Jesús en Jerusalén en su infancia y volveremos a verlo en la adolescencia y en la edad adulta. Hay como una progresión en la revelación de su ministerio salvador. Ahora es presentado cumpliendo lo mandado por Dios a Moisés, porque no viene a abolir la ley sino a darle cumplimiento. Su presentación anticipa la que hará en la Cruz, donde ya no será rescatado con unos animales, sino que Él morirá en rescate por todos. En la adolescencia nos recordará que el Templo es la casa de su Padre y después nos indicará que Él mismo es esa casa porque el Padre y Él son uno solo. La plenitud de la divinidad habita en Él.
En su visita a Jerusalén santa María y José se encuentran con el anciano Simeón. Este representa la esperanza de Israel. Forma parte de los que sabían que el Señor cumpliría sus promesas y renovaba diariamente ese recuerdo. Se nos dice que “aguardaba el consuelo de Israel”. La suya es una vida plena de sentido en medio del dolor. Porque Simeón veía las dificultades por las que pasaba su pueblo y la humillación a la que estaba sometido. Sin embargo “aguardaba”. Este es un verbo que significa tanto esperar y este es su sentido más habitual como “mirar”, aunque en este caso prácticamente no se usa en castellano pero sí en otras lenguas. Es como un esperar mirando. Por eso Simeón va al Templo, iluminado por el Espíritu Santo. Esperaba un consuelo pero lo hacía prestando atención a todo lo que sucedía a su alrededor y, especialmente, mirando al cielo. Pero en su oración esperaba algo para la tierra, para su pueblo, y por eso también estaba atento a lo que sucedía a su alrededor.
La actitud de Simeón es consecuente con el misterio de la Encarnación. Dios viene de lo alto, pero es en la tierra donde se muestra: entra en la historia. Al igual que Jesús entra en el Templo, y en las tradiciones de su pueblo, insertándose a fondo en la historia y la vida de Israel, también entra en nuestras vidas. Se ha hecho hombre para llenar de sentido nuestra humanidad salvándola. Dios le revela a Simeón su presencia en el Niño Jesús y entonces manifiesta que su vida ya tiene un sentido pleno. Al conocer en Jesús al Salvador todo lo que esperaba se ha cumplido. Su vida ya se ha realizado totalmente.
Simeón es todo un ejemplo para nosotros. En este personaje descubrimos que nuestra vida sólo alcanzará su plenitud en el encuentro con Jesús y que eso es lo que nuestro corazón espera. Desde nuestro interior Dios nos atrae hacia Él. A nosotros nos corresponde, como Simeón, aguardar el consuelo. No podemos perder la certeza de que Dios viene en nuestra ayuda y, al mismo tiempo, hemos de ser capaces de reconocerlo en la pequeñez de un Niño. De ese Niño que, seguramente, muchas veces durante estos días tendremos en brazos y besaremos.