1Jn 2, 22-28; Salm 97, 1.2-3ab.3cd-4; Juan 1, 19-28

Al leer el evangelio de hoy me ha llamado la atención esta frase: “en medio de vosotros hay uno que no conocéis”. En estos días en que hemos vivido intensamente el nacimiento de Jesús, la afirmación del Bautista aparece como una invitación al examen de conciencia. ¿Verdaderamente conozco a Jesús? ¿Sé quién es? ¿Conozco la inmensidad de su amor por mí que le ha llevado ha nacer en la humildad de Belén?

Estos días al tener que buscar un regalo para alguna persona es posible que nos hayamos puesto a pensar un poco más en ella. Quizás nos hemos preguntado qué le gustaría o que le iría bien. En ese regalo hemos tenido en cuenta a la persona y hemos querido conocerla bien para no equivocarnos en la elección. Muchas veces también nos sorprende el descubrir nuevos aspectos de personas cercanas de las que ya creíamos saberlo todo. El corazón del hombre es insondable y siempre encontramos cosas nuevas.

Jesús es Dios infinito y se ha hecho hombre para que nosotros podamos tener una relación personal con Él, que ya nos conoce hasta lo más profundo. Pero también quiere que nosotros le conozcamos a Él. Por eso las palabras del Bautista me impresionan tanto. Me recuerda que Jesús se ha hecho hombre porque quiere ser amigo mío. No viene para establecer una relación superficial sino para establecer un profundo vínculo de amistad. Juan contrapone el bautismo de agua al del Espíritu Santo. El de agua era dispositivo y mostraba un deseo de conversión; el bautismo con el Espíritu Santo indica una transformación profunda de nuestro corazón liberándolo del pecado y capacitándolo para la amistad con Dios.

Siempre me ha parecido que la Navidad, en la que Dios se nos presenta tan accesible desde el pesebre, es una buena oportunidad para iniciar un trato profundo con el Señor. Igual que fue creciendo en su vida en Nazaret también va a desarrollarse nuestra amistad con Él. Quienes iban a escuchar a Juan al desierto querían que su vida cambiara y él les indicaba que eso sólo podía hacerlo Jesucristo. Nosotros lo tenemos cerca. Recuerdo un sacerdote, de más de cincuenta años, que un día me dijo: “Ahora ya sólo quiero dedicarme a conocer a Jesucristo”. Me sorprendieron esas palabras por la trayectoria del personaje. Ahora, cuando ya ha pasado bastante tiempo de ese encuentro, me parece que también es lo único que yo quiero.

Conocer a Jesucristo significa también conocernos a nosotros mismos en el designio del Amor eterno de Dios; de ese amor que le ha llevado a hacerse hombre por nosotros y por nuestra salvación.

Que la Virgen María, la que mejor conoció a Jesús, nos ayude en este nuevo año a crecer en nuestro amor al Señor.