1 Sam 3,1-20; Sal 39; Mc 1, 29-39

Estamos todavía en el primer día de Jesús en Galilea (Mc 1,16-34). Tres escenas que se desarrollan desde la entrada a la salida de Cafarnaún, un sábado, en donde nos encontramos con la llamada a dos grupos, Andrés y su hermano Simón, el cual se llamará Pedro, y Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo (1,14-20), su actividad en la sinagoga (1,21-28) y la escena de ahora, ligadas por las prisas de un enseguida que se repite tres veces. Siempre palabra y acción. Porque las acciones de Jesús son actos de palabra. Un sígueme al que responden con un dejarlo todo e irse tras él, sin saber, todavía, ni cómo ni por qué, excepto el que dejarán el ámbito de los animales, los peces, para dedicarse a partir de ahora al espacio de los hombres. Una palabra de autoridad en la sinagoga que deriva en la acción contra los espíritus dominantes. Un ir con sus cuatro compañeros, vueltos a nombrar, a la casa de los dos primeros, en donde se encuentra a la suegra de Simón en cama con fiebre. La coge de la mano y la levanta. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Aquí, el gesto de la acción de Jesús se convierte en la palabra de servicio de la suegra. Palabra y acción van unidas en íntima conexión. Palabra y acción de Jesús que se van a convertir en acción y palabra de sus seguidores. Termina ese día con tan múltiple actividad y palabra, que se encuentra con todos los enfermos y poseídos, quienes buscan a Jesús. Su actividad, y la palabra que la acompaña siempre, han comenzado de manera meteórica. Jesús anuncia «la feliz noticia de Dios».

El trozo que hemos leído del evangelio de Marcos va un poco más allá, pues al amanecer del día siguiente Jesús se va a orar al descampado. Simón, siempre él como el primero de los apóstoles, junto con sus compañeros —son ya grupo de seguidores que van todo el tiempo con Jesús—, le encuentran y le hacen saber algo decisivo tras ese primer día. Todo el mundo te busca. Todos quieren conocer la feliz noticia de Dios que Jesús nos trae. Y, luego, de idéntica manera, recorrerán toda Galilea. De nuevo palabra y acción.

La narración nos ha dejado un deseo que obra en nosotros como signo de que su lectura deviene un acontecimiento en nuestra vida, nuestro propio seguir a Jesús. Porque la palabra de Jesús realiza lo que anuncia; su palabra ofrece un espacio para creer, vivir y realizarse. En el NT el verbo seguir sólo tiene relación a Cristo en el tiempo de la vida terrestre de Jesús; ignora, además, la noción de seguimiento, tan utilizada ahora por nosotros. La relación con Jesús resucitado tendrá más que ver con el vocabulario de la imitación. Mas la manera en que los apóstoles han seguido a Jesús toma para nosotros valor de ejemplo o de parábola (Jean Delorme).

Continuamos con el libro de Samuel, y es ocasión de comprender mejor la llamada y el levantarse para seguirla. Vemos al jovencillo que escucha por tres veces la llamada del Señor. Pero él no tiene experiencia alguna y cree que es Elí quien le ha llamado. Ante la insistencia, Elí, hombre experimentado en las cuestiones que se refieren al Señor, comprende que es una llamada verdadera. Anda, acuéstate; y si te llama alguien, responde: Habla, Señor, que tu siervo te escucha. Importancia decisiva del Maestro experimentado.