En muchos sitios se lee lo mal que está la Iglesia, en demasiado sitios se escucha,de demasiadas bocas (y en demasiadas ocasiones de sacerdotes), se deja a la Iglesia pringando. Es cierto, bien cierto, que entre los cristianos existe el pecado, pero siempre está la tentación de ver el pecado en el prójimo y considerarse uno un salvador. Elaborar teorías (normalmente reciclar unas viejas, no existe demasiada imaginación), en las que uno queda muy bien parado respecto a la imagen que los demás tienen de la jerarquía de la Iglesia. Ayer mismo escuchaba una conversación así. La verdad es que da gustito cuando alguien te dice: “Si la Iglesia fuese como tu sería más fácil creer”. En muchas ocasiones me han dicho: “Si todas las Misas fuesen como las tuyas las Iglesias estarían llenas y yo no faltaría”. Lo primero (empíricamente constatado) es que al domingo siguiente no vuelven y lo segundo es que la Misa tiene un ritual y sólo hay que seguirlo, pidiéndole a Dios un poco de piedad (y contar algún chistecito en la homilía). Pero como nos encanta ser salvadores, decirle a cada uno lo que quiere escuchar y que te alaben, aunque ello conlleve arremeter contra la Iglesia. (Ahora voy a llorar un rato que una niña de catequesis me ha preguntado cuántos años tengo, le he preguntado yo que cuántos me echa y me ha dicho que ochenta. Esa repite catequesis).
Una vez superada la crisis existencial volvemos al Evangelio. “Designó el Señor otros setenta y dos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Y les decía: «La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies. ¡Poneos en camino!” Para un sacerdote o para cualquier laico que habla de Dios -con su vida y su palabra-, tiene que quedar claro que no habla de lo suyo, sino por Aquel que le ha enviado. No estamos preparando nuestro aplauso, sino preparar los sitios y a las personas a las que piensa ir Él, luego podemos desaparecer. Y ¿cómo hacer esa tarea? Siendo muy realista, conociendo el pecado que tenemos todos los cristianos, incluso en ocasiones verdaderas aberraciones que hay que suprimir; pero con esa misma mirada realista reconocer todo lo bueno, hermoso y magnífico que hay en la Iglesia, en la vida de los cristianos. “Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio”. No es que Pablo ignorase las divisiones y escándalos que ya se daban en la Iglesia naciente, no tiene ningún pudor en denunciarlos, pero también se siente feliz de pertenecer a la Iglesia. El cobarde es el que huye a parapetarse detrás de sus teorías y “buena fama”, el juicioso es el que sabe que está cerca el reino de Dios, donde conoceremos las maravillas que Dios está haciendo, aunque nos empeñemos en mirar hacia otro lado. Tenemos que pedir, para todos pero en especial para los pastores, energía para no desfallecer nunca, amor a la Iglesia a pesar de todos los peros y buen juicio para descubrir lo bueno y desechar lo malo. Más fácil es invitar a la gente al salón de nuestras teorías y recibir su aprobación. Tendríamos que tener en nuestra cabeza un cartel que diga la frase de Groucho: “Estos son mis principios, si no le gustan tengo otros”. Pero cuando anunciamos lo que no es nuestro tal vez nos cueste o nos humille (ya lo avisa San Pablo: Toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según la fuerza de Dios), pero encontraremos la paz y la alegría.
¿Cómo escucharíamos a la Virgen hablar de su Hijo y de los Apóstoles? Con el mismo cariño debemos hablar siempre de la Iglesia. (¡Ochenta años!, voy a volver a llorar a una esquina)