He faltado algunos días, pero seguro que no os habéis dado cuenta; hay buenos suplentes por aquí. He estado unos días de Ejercicios Espirituales, callado por fuera, hablando por dentro en ocasiones y pidiendo por muchos, en especial por las madres de los sacerdotes enfermas, que aún tienen mucha guerra que dar. He estado desconectado de toda noticia exterior, eso es estupendo para darse cuenta que uno no es imprescindible. De todas maneras si hubiese habido una crisis de gobierno o se hubiese solucionado la economía mundial no creo que me hubieran llamado. A la vuelta me he encontrado una carta en el buzón (he recuperado la costumbre de escribir cartas de verdad, de esas con papel, sello y sobre), y no me resisto a copiaros un poco de la misma: “ Es una verdad lo que usted dice. Llevaré la carga de todo el tiempo que he estado en los centros, pero también le doy gracias a Dios por todo. Las oportunidades que me da día a día y principalmente por conocer a personas tan maravillosas (…). Todos los días intento superarme, sentirme más orgullosos de mí, de lo que hago y la fortaleza interior es la que día a día me hace estar en pie. Está claro que para dar el primer paso necesitamos siempre la ayuda de alguien y creo que yo la estoy sabiendo aprovechar.” Para ser n chaval de 19 años que lleva tres encerrado sin salidas en un centro de menores y tiene un hijo de cuatro años no está nada mal: “le doy gracias a Dios por todo”.
«Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: “Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?” Pero el viñador contestó: “Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, la cortas”.» ¡Qué bueno es Dios! Es cierto que nosotros tendemos a la queja, a no gustarnos nuestra situación ya sea económica, de salud, laboral, familiar o coyuntural que dirían los cursis. Y vamos a Dios a pedirle, a gritarle, a clamarle…, a exigirle. Como si Dios no nos estuviese cuidando en cada instante, no tuviera una paciencia infinita con cada uno de nosotros. Vemos una enfermedad y decimos: ¿Dónde está Dios? Y Dios está en la enfermedad diciéndonos como a Moisés:«Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob.» Es el Dios de Jesucristo muerto y resucitado (¿qué sentido tendría la vida sin resurrección?). Es muy fácil llevarse bien con Dios cuando hace nuestra santa voluntad pero “el que se crea seguro ¡cuidado! no caiga” La bondad de Dios la descubrimos cuando las cosas se tuercen, cuando todos nos abandonan, cuando parece que las cosas no salen (y las hacemos para el bien), cuando no encontramos un local donde mover la parroquia, cuando el tiempo estropea nuestros planes, cuando se nos ha roto un cachivache, cuando nuestra vida pega un giro de 180 grados, cuando perdemos al ser querido, cuando descubrimos nuestro pecado que creíamos tan oculto o tan superado. Entonces Dios está ahí, cavando, echando estiércol, protegiéndonos, guardándonos, entregándose por nosotros en la cruz, cargando con nuestras debilidades, haciéndose pecado por ti y por mi. ¿Cómo vamos a pensar que Dios nos tiene manía? Sólo podemos decir: ¡Qué bueno es Dios! Alguno se dirá: “Pues yo no lo veo”. Pues mira, mira a la cruz y entiende.
Sigue avanzando la cuaresma, seguimos de la mano de María. Con ella no podemos llegar a la cruz con cara de asco o de un sufrimiento que ya no cargamos nosotros. Debemos llegar con el corazón agradecido, que sea nuestra plegaria: Gracias, gracias, gracias…