En la primera lectura de hoy encontramos palabras consoladoras. El profeta nos anuncia que Dios viene a salvarnos. Frente a la tentación de caer en la desesperación hay la gran afirmación de que Dios nunca nos olvida. La comparación es muy gráfica: “¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré”.
La salvación de Dios viene a nosotros. ¿de qué viene Dios a salvarnos? Viene a salvarnos de la condenación a la que nos conduce la vida de pecado. Jesús en el Evangelio dice que tiene potestad para juzgar. De hecho sólo su juicio es justo. El juicio de Cristo se refiere a recibirlo y creer en Él: “quien escucha mi palabra y cree al que me envió posee la vida eterna y no se le llamará a juicio”.
El juicio es pues sobre la aceptación de Cristo. Recibirlo es recibir la salvación y el perdón de los pecados. Pero, esto me lleva a pensar en la importancia de confrontar diariamente nuestra vida con el Señor. La Cuaresma, mediante las prácticas penitenciales, nos ofrece buenas ocasiones para ello. Reflexionando sobre mí mismo y pensando en personas con las que he tenido que hablar me doy cuenta de la tremenda dificultad que tenemos para reconocer la Verdad y entrar en ella. Siempre, de por medio, entra el propio yo, tanto más peligroso cuanto más inocente se considera. Hay como una pretensión de la propia voluntad sobre la de Dios, lo cual hace que nuestro propio juicio devenga injusto y permanezcamos en la mentira (generalmente se caracteriza por una capacidad de hipercrítica tremenda hacia los demás y una necesidad de dar consejos a quien no los pide). Jesús nos dice en el Evangelio “mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió”.
En la preparación para el bautismo de adultos se realiza lo que se llaman escrutinios, para conocer la verdadera intención de quien pide ser recibido en la Iglesia y su progreso. Algunos movimientos han recogido esa práctica en su vida y, de otras formas, se da en muchos grupos eclesiales. Ser escrutado, por quien tiene autoridad para nosotros, normalmente conlleva una cierta humillación. Porque confrontándonos a la luz del Evangelio, y desde la sinceridad y la apertura a la gracia, descubrimos que nuestra vida no es como nos la imaginamos. Hay ídolos, cruces, incapacidades, pecados acumulados… que no vemos y que, incluso, podemos confundir con bienes, cuando son males.
Jesús dice en el evangelio de hoy que sigue actuando. El tiempo de salvación de Dios sigue abierto para nosotros. Pidamos con sencillez que nos conceda abandonar del todo nuestro pecado para poder vivir según su voluntad y ser santos. Que la Virgen María, que se reconoció como esclava del Señor, nos conduzca por el camino de la humildad para que podamos experimentar el amor infinito de Dios.