Israel olvidó muy rápidamente que Dios lo había sacado de Egipto y se puso a adorar un ídolo. Más allá de la particular historia del pueblo elegido para nosotros hay una enseñanza muy importante: fácilmente podemos olvidar todo lo que Dios ha hecho por nosotros. Nos convertimos y, a la primera de cambio, volvemos a las andadas o aún peor. No se trata de minimizar la debilidad humana ni de creernos superiores sino de entrar en cierta seriedad. Porque lo que describe el Éxodo es muy grave: cambiaron el culto a Dios para adorar una obra humana (un becerro de oro). En él se simbolizan también nuestras ideas, nuestros proyectos… tantas cosas que son hechura nuestra y no vienen de Dios y ocupan, en cambio, su lugar.
En el Evangelio Jesús habla de la fe y señala algo muy singular. Dice: “¿Cómo podréis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros y no buscáis la gloria que viene del único Dios?”. Me parece que en esa pregunta se dicen muchas cosas y muy importantes. Porque un impedimento para la madurez de la fe es ponernos a nosotros como importantes. Pío XII indicaba que hay una especie de impedimento para la fe que no radica en la inteligencia sino en la voluntad. Por él nos es fácil no creer lo que no nos gusta o persuadirnos de la verdad de aquello que es falso. La mente humana es complicada y Dios da su fe a los sencillos. Quizás por ello, en ocasiones, nos torturamos con temas que no entendemos o adaptamos a nuestros prejuicios o intereses la Palabra de Dios. Hay que pedir la sencillez. Es la que tiene Moisés, de la que el libro de los Números dice que fue el hombre más humilde de aquella época. Es también la sencillez que podemos observar en la Virgen María o en san José.
Israel quería ser salvado, pero a su manera. Le iba bien que Dios interviniera pero bajo la condición de que siguiera sus planes. La marcha por el desierto se hacía pesada y dura y, quizás pensaron que ya duraba demasiado. En nuestra vida el camino a recorrer no siempre es cómodo y, por ello, no hemos de olvidar de dónde nos ha sacado Dios: del pecado. Una vez libres de él, hemos de recorrer, contentos, el camino de la fe, que no deja de tener tramos oscuros e incluso difíciles. Pero nuestra salvación muestra la gloria de Dios.
En el Evangelio se señala incluso una tentación muy peligrosa. Jesús se dirige a los estudiosos de la Ley. Eran personas que cavilaban, incluso que daban muchas vueltas a los temas religiosos, pero en vez de abrirse a la fe en Cristo, lo negaban. Entendían justo lo contrario y quizás se consideraban sabios.
Pidamos al Señor, por intercesión de la Inmaculada, que nos ayude a ser fieles a nuestra vocación y a seguir siempre la voluntad de Dios, aunque pueda resultarnos ocura, incomprensible o difícil.