Jesús dirige unas palabras a los fariseos que estos no entienden y quizás nosotros tampoco. Ellos ya se creían libres y, además, sabían que a diferencia de los demás pueblos ellos eran el elegido. Dios había establecido su Alianza con ellos. Sin embargo el Señor les indica que la verdadera libertad sólo les va a venir a través suyo, del Hijo. Nosotros también podemos, a semejanza de aquellos hombres, pensar que ya somos buenos cristianos, que no necesitamos nada. El Señor tiene que volver a recordarnos que sin Él somos esclavos.
Me he encontrado con personas que dicen, por ejemplo: “yo ya no voy a misa porque en el colegio iba cada día”, y están contentos con su respuesta. Entienden que con todas las horas que dedicaron a la Misa en su infancia ya cubrieron el cupo que se le exige a una persona para salvarse. También los hebreos, al saberse descendientes de Abraham, se sentían seguros. Pero el Señor dice que eso no basta sino que hay que mantenerse en su palabra. De hacerlo, dice Jesús, “seréis de verdad discípulos míos, conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”.
La fidelidad nos habla de perseverancia diaria, de confianza sostenida en Jesucristo. No remite sólo a algo acontecido en el pasado. En el caso de los fariseos ser hijos de Abraham suponía mantenerse en la misma fe que caracterizó la vida del Patriarca, obedeciendo a Dios en todo, incluso contra toda esperanza humana.
Cuando se abandona la fidelidad a Dios se cae en la esclavitud, que proviene del pecado. La primera lectura es muy ilustrativa al respecto. Los tres jóvenes no quieren apostatar de su fe y por eso se niegan a adorar a una estatua de oro. El castigo era la muerte. Esos jóvenes, que hoy algunos caracterizarían como radicales o exagerados, obran lo correcto. Adorar a un ídolo es un pecado contra la fe y, por lo mismo, una de las peores esclavitudes en las que puede caer un hombre. En medio del horno los jóvenes cantan el himno que leemos en el salmo de hoy, bendiciendo a Dios. Lo bendicen por todas sus criaturas. Aquellos jóvenes son capaces de ver, en medio de su situación, la grandeza de Dios que se extiende a todas las cosas y entienden que lo que a ellos les sucede hay que verlo dentro del maravilloso plan de Dios. Cerrados en sí mismos desesperarían y, sin embargo, son capaces de bendecir. Se mantienen fieles al Señor y son libres en medio de las llamas. Muchos mártires han dado su vida por su fidelidad. Aquí los jóvenes son liberados.
En nuestra vida pueden suceder ambas cosas. Lo importante es permanecer fieles a la palabra del Señor y alabarlo en todas las situaciones. Su gloria es nuestra libertad y sólo la tenemos perteneciéndole.