La visión del Apocalipsis nos introduce en el cielo, donde “una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar” se encuentra ante el trono del Cordero. Esa multitud esta formada por gentes de todas las naciones, lo que indica la universalidad de la salvación. Jesucristo ha muerto por todos los hombres y, en consecuencia, nadie está excluido de antemano.

Al mismo tiempo se nos indica que todos han sido salvados por Cristo, al decir “han lavado y blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero”, pero a pesar de ello han tenido que defender su fe (“vienen de la gran tribulación”). Los vestidos blancos simbolizan la pureza y la santidad, y las palmas hacen referencia a la victoria y al martirio. Cristo nos da la santidad y nosotros debemos luchar por conservarla en medio de las dificultades de este mundo. Por eso, se contrapone también el sufrimiento de esta vida con el gozo de la eterna, cuando Dios “enjugará las lágrimas de nuestros ojos”.

El Cordero, que es Jesucristo, aparece en el Evangelio de hoy como pastor. Así vemos cómo Él es el buen pastor que da la vida por las ovejas. En cuanto Dios es pastor, pero por la encarnación se hizo cordero para ofrecerse en sacrificio por todos los hombres. El culmen de su pastoreo es ser cordero inmolado. Al mismo tiempo, en el Evangelio se nos muestra la sintonía entre Jesús y su rebaño, “mis ovejas escuchan mi voz”. Un ejemplo de ello lo encontramos en la primera lectura cuando Pablo y Bernabé predican en Antioquía y los judíos no quieren escucharlos pero sí los gentiles. Ser de Cristo es escuchar su voz.

Un poeta francés, Paul Claudel, intentó atraer al cristianismo a un compatriota suyo, André Gide. Este, gran combatiente contra la Iglesia, le oponía constantemente argumentos de tipo histórico, filosófico, etc. Al final, Claudel, cansado, le escribió: “Hay una cosa que no puedo negar, y es que Dios ha hablado y yo he oído su voz”. Ser de Cristo es oír su palabra y dejarse conducir por ella.

En la primera lectura, igualmente, se nos muestra que uno de los problemas para escuchar a Dios es la autosuficiencia, el pensar que ya lo sabemos todo y el anteponer lo que nosotros queremos oír a lo que Dios, verdaderamente, dice. Los que se sublevan contra los apóstoles son “las señoras distinguidas y devotas y los principales de la ciudad”. Eran gente ilustrada y piadosa, pero eso no es suficiente. Hablaban mucho pero tenían cerrados sus oídos y sus corazones a la voz de Dios. De ahí la importante oración del salmo“Ojalá escuchéis hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón”. No hay que confundir la palabra de Dios con lo que nosotros pensamos de Él. Es lo que Bermang, un cineasta nórdico denominaba el “Dios-Eco”, es decir, que resuena en nuestro corazón lo que nosotros hemos dicho de Dios. Al contrario, hay que estar atentos a lo que Él nos quiere decir y evitar lo que Jesús dice en un momento del Evangelio “tienen oídos pero no oyen”. La humildad aguza el oído y quien a Dios escucha nunca le falta la ayuda del Señor (“nadie los arrebatará de mi mano”), porque la palabra de Dios es siempre viva y eficaz.