Se trata de una batalla intelectual continua: explicar que el amor supone elegir. No sé por qué se ha extendido la idea de que amamos por una fuerza irresistible, como si no hubiera alternativa. Pero ayer nos decía Pedro que el Señor le eligió y hoy leemos tanto en la primera lectura como en el evangelio algo semejante. Los apóstoles eligieron a quienes les pareció prudente para enviarlos a Antioquía y, en un nivel mucho más profundo, Jesús nos dice: “No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto dure”.

Al mismo tiempo Jesús nos llama amigos. Muchas veces me viene a la cabeza la imagen de los niños cuando de dicen uno a otro “¿quieres ser mi amigo?”. Jesús nos ofrece su amistad y nos dice si queremos aceptarla. Nos dice también la manera de decirle sí: hacer lo que Él nos manda. Y, para sellar ese amor Él ha dado su vida por nosotros. La amistad que nos ofrece se fundamenta en el hecho de que entregó su vida para que fuera posible.

Cuando Jesús nos manda guardar sus mandamientos nos está indicando el camino para identificarnos con Él, para llegar a tener sus mismos sentimientos y ser, de alguna manera, un solo corazón. Porque todos los amigos aspiran a una unidad. San Agustín explica, en sus Confesiones que cuando se murió un amigo suyo sintió como si hubiera perdido la mitad de la vida. Y dice que si no quería morir era para que no desapareciera lo que quedaba del amigo en su corazón.

La amistad con Cristo es una prolongación de la relación que mantiene con su Padre: “todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer”. Se dice que entre los amigos no hay secretos. Jesucristo nos abre su corazón y, de ahí podemos deducir que la guarda de sus mandamientos conduce a un conocimiento más íntimo del Señor.

Jesús aclara su mandamiento dice: “que os améis unos a otros”. Es una prolongación del amor que Él tiene por todos los hombres. La amistad con Cristo nos lleva a poder amar verdaderamente a los hombres. Es la corriente que la Iglesia, manteniendo la presencia del Señor en el mundo, introduce en la historia. Y Jesús nos señala también que podemos pedírselo a Dios. Porque no siempre somos capaces de amar a las personas según el amor de Dios. Pero siempre podemos pedirle a Dios que nos enseñe a hacerlo. La Iglesia nos educa en el amor de Jesucristo llevándonos a la amistad con Él.