Los niños son niños. Durante el encuentro con ellos en la visita pastoral lo que más les llamó la atención fue el solideo. Incluso un niño de esos que ahora llaman hiperactivos llegó a agarrarlo mientras preguntaba: “¿Y este gorro qué es?”. El Obispo, paciente, le respondió: “Es el solideo, significa sólo Dios.” Y efectivamente, los Obispos, Cardenales, Arzobispos y el mismo Papa se quitan el solideo antes de la consagración y sólo se lo vuelven a poner después de purificar los vasos sagrados. Si conociéramos lo que Dios hace por nosotros nos moriríamos de susto. Sólo Dios. Lo demás sobra. Pero ese solideo no nos lleva a una espiritualidad vacua y etérea. Se concreta en amar a Dios y a los que Dios ama. Y amarlos como Dios ama.
“Ya sabéis con qué os rescataron de ese proceder inútil recibido de vuestros padres: no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto ni mancha, previsto antes de la creación del mundo y manifestado al final de los tiempos por vuestro bien. Por Cristo vosotros creéis en Dios, que lo resucitó de entre los muertos y le dio gloria, y así habéis puesto en Dios vuestra fe y vuestra esperanza.” Pues parece que todavía no sabemos con qué nos rescataron y queremos seguir comprando nuestra salvación, haciendo nuestras cosas al margen de lo que Dios quiere. No, con Dios no se negocia, eso ya lo hizo Abraham. Cuando Dios Padre nos mire tiene que ver a su Hijo en nosotros por la acción del Espíritu Santo. Nos puede parecer una elección caprichosa de Dios, pero Jesús se lo deja bien claro a sus discípulos, es decir, a cada uno de nosotros: “Santiago y Juan, y le dijeron: -«Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir.» Les preguntó: -«¿Qué queréis que haga por vosotros?» Contestaron: -«Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda. » Jesús replicó: -«No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?» Contestaron: -«Lo somos.» Jesús les dijo: -«El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mi concederlo; está ya reservado. »” Si no bebemos el cáliz de Cristo, es decir, no amamos hasta perder la vida por amor, no podremos estar con Cristo.
Esto puede extrañar e incluso asustar -como en aquel entonces a los discípulos-, y podemos preguntarnos: ¿Me pide eso Dios a mi? ¿No es un poco exagerado?. Pues no. Lo que es exagerado es pensar en imágenes llenas de sangre, leones, flechas y miembros cortados. Seguramente el Señor no nos pida eso (o tal vez sí, tampoco lo deseches del todo), pero la vida se puede dar día a día, momento a momento. Con una sonrisa, una palabra amable, mortificando el juicio y la imaginación, sujetando la lengua, desprendiéndonos de algo necesario (que incluso creemos indispensable), doblegando nuestro orgullo, encerrando nuestro egoísmo, dando un testimonio claro de la fe, sabiendo perder el tiempo para los demás, haciendo… lo que Dios quiera en cada en cada instante. Son miles y miles de oportunidades de las que sólo nos daremos cuenta cuando nos demos cuenta del precio al que hemos sido rescatados. Entonces diremos: solideo.
Que María que estuvo bebiendo el cáliz de su Hijo junto con Él nos ayude a nunca echarnos atrás ante la santidad, a creer por Cristo en Dios..