Santos: Efrén Siro, diácono y doctor; Jorge, Ricardo, Maximiano, obispos; Tecla, Mariana, Marta, Amai (o Enneim), Diómedes, Ananías, Cuadrado, mártires; Primo, Feliciano, mártires; Vicente, diácono y mártir; Pelagia, virgen y mártir; Columba o Columkill, abad; Julián, monje; beato José Anchieta.

Cuando se habla de Efrén, uno se sitúa en el siglo iv. Nació Efrén estando aún bien activas las persecuciones; lo más probable es que fuera en el año 306, en Nisibe (Siria), hijo de José. Su biografía, mezcla de leyenda y verdad, es difícil de recomponer con estrictos criterios históricos.

Sobre su condición hay dos tendencias: unos lo ven como sacerdote influyente que, consciente de su misión de pastor, que expone los dogmas, extirpa la herejía, procura quitar los vicios que machaca con sus escritos, y pretende elevar el nivel de la comunidad cristiana, haciendo que mejoren los hábitos y crezcan las virtudes. Otros lo ven siempre como un seglar perfectamente identificado con el progreso de la vida cristiana y que pone la vida con sus cualidades al total servicio del Evangelio; así, estos ven en el apostolado, actividad y enseñanzas de Efrén el trabajo y esfuerzo de un buen laico responsable (esa figura que ahora se llamaría ‘promocionado’). Sea como fuere, porque no hay más datos, Efrén –hay una tercera vía que lo presenta como diácono que por humildad no quiso ser sacerdote– vivió como un verdadero asceta que ocupaba sus días con la oración, la lectura y estudio de la Biblia; hombre fácil para la caridad y notable por su veneración de la Madre de Dios a la que dedica las mejores páginas de sus escritos –se le ha llamado «cantor de la Inmaculada»–, describiéndola purísima, sin mancha y perfectamente siempre virgen.

Se afirma que fue alumno de san Jacobo, obispo de Nisibe; lo acompañó como secretario al concilio de Nicea, del 325, y que fue maestro en la escuela que fundó el santo obispo a su vuelta de aquella magna reunión.

En Carmina Nisebiana canta las gestas de los cristianos de Nisibe cuando los persas se lo hicieron pasar mal por los acosos militares dirigidos por el rey Sapor; sus versos describen hechos portentosos de los cristianos, empleando para su composición las figuras bíblicas. Nisibe, su ciudad natal, le agradece haber sido salvada una vez del hambre y del saqueo por la oración de Efrén; provocó con sus ruegos la huida del ejército adversario, consiguiendo que Dios mandara una nube de insectos y reptiles que atacaron a la caballería enemiga hasta el punto de verse obligados a levantar el cerco.

Después del año 350, huye a Edesa –hoy Urfa (Irak)– para evitar convertirse en un esclavo de los paganos. Esta fue una ocasión para tomar contacto con la escuela de Taciano; conoció el Diatesaron, y este hecho le dará ideas para sus futuros comentarios profundos de la Biblia.

Se le conoce como polemista seguro contra el arrianismo; sabe combatir con argumentos y astucia a los filósofos que siguen a Bardesanes, naturalistas que fundamentan su modo de entender la vida a partir de la ciencia astral; Efrén ridiculizará sus afirmaciones sobre todo en lo que atañe a la doctrina que se refiere a la resurrección.

Efrén es el padre de creaciones poéticas cristianas que el viento llevó por todos los andurriales de la Iglesia antigua. Introdujo letras y melodías en los actos de culto divino; empleaba estas creaciones para realzar la celebración de los misterios y para rechazar las enseñanzas nocivas y los errores, para ridiculizar los vicios que era preciso rechazar, o resumir las verdades que era necesario conocer y creer. Luego esas canciones, inventadas como sencillas tonadillas, se escucharán en las casas y las plazas, consiguiendo que la piedad y la doctrina se hicieran populares.

La eclesiología que se encuentra en sus obras –con importante influencia en Oriente– presenta a la Iglesia concebida como «fuente de unidad». Sabe exponer la presencia de Cristo en la Eucaristía de modo magistral, con mayor claridad que hasta entonces ninguno supo exponerla en Oriente, afirmando que el cristiano tiene su mejor oportunidad de hacerse encontradizo con Dios en la comunión.

Los escritos –traducidos al griego, armenio, latín, eslavo, etiópico y más– contienen afirmaciones duras contra la avaricia de los ricos, advirtiéndoles que la llave para el cielo está en que atiendan con sus bienes a los famélicos por la mala cosecha. Y no perdió toda su fuerza en gastar tinta sobre pergaminos; él mismo levantó en Edesa el primer hospital para los menesterosos con las limosnas que personalmente consiguió.

Dispuso que lo enterraran bajo el altar. Su muerte –también con fecha incierta–, debió de suceder entre el 373 y el 378.

La Iglesia maronita celebra su fiesta el 28 de enero. La Iglesia de Occidente lo hace el 9 de junio.

Benedicto XV lo nombró doctor de la Iglesia en 1920.

Sus reliquias vinieron a Europa, principalmente de las manos de los cruzados.

Dicen de él que se fingió loco para evitar que lo eligieran obispo. Cuentan que una vez tuvo una visión en la que contemplaba cómo de su lengua nacía una vid naciente y creciente que se extendía por todo el mundo. Quizá la visión narrada como episodio sobrenatural de su vida no sea más que poner sobre Efrén un rasgo añadido que le enaltezca; pero desde luego es un buen resumen de su vida y obra, porque es un hecho que con su elocuencia arrebatada y florida, con el lirismo de sus escritos y la armonía de sus cantos, llegó a todas partes. De hecho, se le nombrará cariñosamente con los nombres de «Arpa del Espíritu Santo» y también de «Poeta de los sirios».