Mi más sentido pésame a los paraguayos; hasta el miércoles rezaremos por las intenciones del Santo Padre excepto una (que va con la selección de Alemania). Pero hasta aquí da de si hoy el fútbol, que si no esto más que un comentario al Evangelio va a parecer el diario Marca. Cada día me encuentro con más gente que no tiene fe, o al menos dice no tenerla. Tal vez no haya más que antes, pero lo dicen públicamente. Habitualmente son personas buenas y respetuosas, en otros casos se te lanzan al alzacuellos como perros de presa. Creo que ya conté la anécdota de una de las educadoras de un centro de reclusión de menores a los que asisto que, después de muy poca educación durante la Misa, al acabar me preguntó gritando: ¿Qué tengo que hacer para apostatar?. Sólo pude responderle que era mucho mejor, si quería hacer daño a la Iglesia, que se quedase dentro, con miembros como ella no podíamos llegar muy lejos. Esos son los descastados, pero muchos sienten que van perdiendo la fe, que no creen o les cuesta creer, y lo viven de manera desconsolada y triste, sin presumir de nada.

“Jesús llegó a casa del personaje y, al ver a los flautistas y el alboroto de la gente, dijo:

-«¡Fuera! La niña no está muerta, está dormida.» Se reían de él. Cuando echaron a la gente, entró él, cogió a la niña de la mano, y ella se puso en pie.” La fe en ocasiones puede parecer muerta, pero simplemente está dormida. Tal vez muchos se rían, crean que creer es algo infantil o un recurso para no afrontar la vida. Incluso, cuando tenemos dudas de fe, una parte de nosotros nos haga pensar que esto ya no tiene solución, que fue una etapa de la vida que se acabó. Pero los hijos de Dios sabemos que la muerte no tiene la última palabra, que no es lo definitivo. Muchas veces comparo la fe con el don que Dios nos da de encontrar una mina de oro. Lo que vemos es mucho más pequeño que lo que esconde detrás, pero todo el oro está ahí, no hay que “fabricarlo” sino quitar la piedra mala que lo rodea. En ocasiones es un trabajo gozoso y a veces se vuelve un trabajo duro y pesado. Incluso nos puede parecer que la veta de oro ha desaparecido, que sólo queda una pepita incrustada en la piedra y que el trabajo es demasiado arduo para nosotros. Por eso hay que pedir la fe todos los días y decirle al Señor que nos preste sus fuerzas para seguir profundizando en ella.

La fe no se muere, a veces se duerme. Cuando uno tiene dudas de fe tiene que ponerse en la presencia de Dios, recordar esos momentos en que nos dijo el Señor:«Yo la cortejaré, me la llevaré al desierto, le hablaré al corazón. Y me responderá allí como en los días de su juventud, como el día en que la saqué de Egipto. Aquel día -oráculo del Señor-, me llamará Esposo mío, no me llamará ídolo mío. Me casaré contigo en matrimonio perpetuo, me casaré contigo en derecho y justicia, en misericordia y compasión, me casaré contigo en fidelidad, y te penetrarás del Señor.» Y si creemos que nunca nos ha dicho algo semejante, entonces déjate seducir por Dios. Puede parecer un gran camino, pero muchas veces con sólo tocarle el manto del vestido el Señor nos cura. Podemos estar años haciendo horas de oración seca y desencarnada, aburrida y tediosa, y que toda nuestra vida dé un vuelco con una simple jaculatoria. Dios es así y nosotros somos como somos. ¡Qué se la va a hacer!. Por eso cuando veo gente rabiosamente antieclesial o teologuillos que arremeten contra la Iglesia y ponen en duda la fe, no desespero. Cualquier día podrán volver al redil, como otros hemos tenido que volver tantas veces, y recuperar la fuente del Amor, re-descubrir nuestra mina de oro.

Hoy tenemos que dejarle a nuestra Madre la Virgen que nos diga al oído “el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas”. Alemania tiembla.