Dos Kilos, dos. Dos kilos son los que he engordado en diez días de vacaciones, y eso que todos los días me daba un paseito monte arriba, monte abajo. Pero estaba tan buena la comida en esa casa y había desayuno, comida, merienda y cena que era muy difícil no engordar. Ya se sabe: “Cura flaco y marido barrigón, ninguno cumple con su obligación”. Casi nadie ve ventajas en engordar y más cuando están dispuestos a poner sus cuerpos a la vista en playas y piscinas. Sin embargo hoy he ido a cambiar los neumáticos y hay una promoción que te si te toca un sorteo te dan tu mismo peso en euros, así que tendré que seguir engordando. Claro que si uno dice que es bueno engordar se te lanzarán encima las asociaciones de defensa contra el colesterol, las de las enfermedades cardiacas, los de la pasarela Cibeles y la archicofradía de amigos de lo light. Hay temas que es mejor no hablar, es más, habiendo fútbol para qué hablar de otra cosa. Entre los curas se evita hablar de Dios y de dinero (habiendo Obispos para qué hablar de otra cosa), y en el mundo civil cada vez se van limitando más los temas de conversación políticamente correctos.
“En aquel tiempo, presentaron a Jesús un endemoniado mudo. Echó al demonio, y el mudo habló. La gente decía admirada: -«Nunca se ha visto en Israel cosa igual.»”. El demonio mudo, el que cierra la boca y echa la cremallera a los labios. El que no se atreve a hablar de muchas cosas por miedo a caer mal u ofender a alguien. El que hace que nos guardemos dentro de nosotros mismos nuestros sentimientos más profundos, nuestras alegrías, esperanzas y fracasos. El demonio mudo suele ir de la mano de la mentira o, por lo menos, le abre la puerta. Suele ser muy sutil, se viste con el disfraz de la prudencia, el respeto o el buen gusto. “¿Cómo voy a decir esto?” nos pregunta y nos calla la boca.
Vivimos en un mundo en que las 24 horas del día están llenas de palabras en televisión, radio, Internet, en la peluquería,… y la mayoría son conversaciones vacías. Y esa forma de hablar es contagiosa, se pega como la pez. No hay ningún problema (pido perdón de antemano) por hablar de un culo durante diez minutos, pero a quien se le ocurre nombrar a Dios lo hace de puntillas, casi pidiendo perdón y si se explaya lo crucifican con una sonrisilla de tolerancia. Pues seamos políticamente incorrectos. Si tenemos que ver el traje de baño (o la carencia de él), cada vez que uno enciende la televisión u ojee una revista, que nos oigan hablar de la bondad de Dios, les guste o les disguste al auditorio. ¿Cómo no vamos a hablar de la bondad de Dios en nuestra vida, de su misericordia, de la alegría que tenemos cuando vivimos en gracia? “La mies es abundante, pero los trabajadores -cada uno de nosotros-, son pocos” y si encima de pocos somos mudos y vagos al final nos invadirá la cizaña. ¿Cuesta tanto hablar de Dios y de la Iglesia? Cuesta lo enamorado que esté uno, lo que haya puesto su corazón al servicio del Señor. En estos días en que, al menos en España, se favorece la tertulia, el diálogo tranquilo con el fresco de la noche (o el calor agobiante que no deja dormir), vamos a echar de nuestra vida al demonio mudo, hablemos sin vergüenza de las maravillas de Dios.
La Virgen no pararía de hablar de su Hijo, como toda Madre, y seguro que tampoco se arrugaba para hablar de Dios. Pues que ella sea la que guíe nuestros labios. Y vivan los gordos, que no va a agradecer ni nada la construcción de la parroquia esos dos kilos de más.