El otro día estuve escuchando a uno (a eso no se puede llamar conversación), que tuvo la dignidad y la decencia de comenzar diciendo: “Estoy borracho”. La verdad es que no arrastraba demasiado las palabras, las ideas -una vez que las repetía cuatro o cinco veces-, empezaban a tomar forma, pero lo peor era el volumen de la voz. Poco a poco iba subiendo (y no había empezado bajo), como confundiendo mi desinterés con sordera. Gracias a Dios no fueron más de veinte minutos y no estaba en mal plan.
«Mirad a mi siervo, mi elegido, mi alnado, mi predilecto.
Sobre él he puesto mi espíritu para que anuncie el derecho a las naciones.
No porfiará, no gritará, no voceará por las calles.
La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará, hasta implantar el derecho; en su nombre esperarán las naciones.»
Mirad a Cristo, mirad la Eucaristía, la cruz, leed el Evangelio, dejad al Espíritu Santo entrar hasta el fondo de vuestra vida. En ocasiones quisiéramos que Dios vocease, que cada vez nos hablase más alto y que si los hombres no se convirtiesen llegase la Parusía. Pero Dios sabe muy bien cuál es nuestro umbral de escucha y sabe que estamos perfectamente capacitados para escucharle y conocerle. Él no confunde nuestro desinterés o nuestro despiste con sordera. Si de verdad buscamos a Dios le encontraremos, tenlo por seguro. Pero si nos buscamos a nosotros mismos, nuestra suerte, que nos vaya bien y encima la salvación eterna nos parecerá que Dios habla demasiado bajito y nosotros nos dedicaremos a gritarle. Somos perfectamente capaces de escuchar a Dios, de encontrarle y de amarle… y si sentimos que no es así se humilde y pídele que cure nuestra sordera, es decir, nuestro despiste visceral.
Y también vendrá bien hoy el meditar cómo hablamos a Dios. Puede ocurrirnos que para hablar con Dios nos pongamos trágico-cómicos. El otro día leía las promesas que habían hecho algunos jugadores de la selección española si ganaban el mundial. Como son personas públicas puede decirse. Algunos iban a hacer el Camino de Santiago y otros a peregrinar hasta la Virgen de su pueblo. Espero que lo cumplan y que les dejen hacerlo tranquilos. Si fuese la televisión acompañándolos perdería su sentido, se convertiría más en un reality-show de las promesas que en un cumplimiento.Con Dios a veces buscamos lo espectacular, cómo los sacerdotes de Baal gritando y haciéndose cortes. Y si es bueno que de vez en cuando ofrezcamos a Dios algo extraordinario, no raro pero que se salga de lo común de nuestra vida, es mucho mejor que con Dios tengamos un diálogo diario, constante, permanente. Si uno no gana el mundial o Dios no le concede lo que pide y dejamos de hablar con Él, entonces no estamos hablando sino haciendo un chantaje. Dios sabe bien lo que nos conviene incluso antes de pedírselo y por eso confiamos en Aquel que está siempre con nosotros… y nosotros con Él.
Que la vida sin aspavientos ni grandes acontecimientos de la Virgen, pero siempre junto a su Hijo, nos ayude a nosotros a no gritarle a Dios, sino a escucharle y hablarle cada instante de nuestra vida.