Una de las verdades más sublimes del cristianismo y con frecuencia olvidada es la de nuestra verdadera vida en Cristo. Hoy, por ejemplo, celebramos la fiesta de santa Brígida, una de las co-patronas de Europa. En ella, como en tantos otros, se ha cumplido lo que dice san Pablo: “vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”.

Al igual que el Hijo se hizo hombre pidiendo el consentimiento de María, también quiere habitar en cada uno de nosotros. Para ello pide nuestro consentimiento, que tiene la forma de una aceptación diaria de su voluntad. Lejos de todo mecanicismo se establece una relación personal con Jesucristo. Por su misericordia esa relación se establece en lo más íntimo de nosotros, de tal manera que viene a vivir en nuestro interior.

Santa Brígida, por ejemplo, tiene una oración que dice: “¡Oh Dulce Jesús! Herid mi corazón, a fin de que mis lágrimas de amor y penitencia me sirvan de pan, día y noche. Convertidme enteramente, Oh mi Señor, a Vos. Haced que mi corazón sea Vuestra Habitación perpetua. Y que mi conversación Os sea agradable.” Y esa petición intentó cumplirla durante toda su vida a pesar de las diferentes ocupaciones que tuvo. Casada muy joven, educó ocho hijos, de los que una se venera como santa Calina de Suecia. Fue llamada a la corte, donde tuvo que influir para cambiar el ambiente mundano y lujoso que allí se daba. Y, cuando murió su marido emprendió una dura vida ascética sin abandonar sus ocupaciones. Era una mujer que, con independencia de su lugar en el mundo, buscaba conformarse totalmente a Jesucristo. En su vida hay viajes, dolor, también pro problemas familiares, burlas de los cortesanos a causa de las visiones que Brígida tuvo, pero la constante es la configuración con Jesucristo, que viene a vivir a nosotros.

Como señala Jesús en el Evangelio de hoy, sin Él no podemos hacer nada, porque todo el dinamismo cristiano nos viene, precisamente, de nuestra unión. Hay está el secreto. Somos cristianos porque el mismo Jesús nos comunica su propia vida. A partir de ahí nacen las grandes obras (“si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis y se realizará”).

¿Cómo cuidar esa relación con Jesús? Siguiendo el ejemplo de santa Brígida vemos que en ella se daba una devoción muy profunda a la pasión de nuestro Señor. Contemplando asiduamente lo que Jesús hizo por nosotros se enardecía en su amor y conocía los grandes dones que Él nos ha dado. Ello la llevaba a una práctica más fervorosa de los sacramentos, especialmente de la comunión. En su vida encontramos también múltiples peregrinaciones y otras prácticas de piedad, que nos indican que nuestra amistad con Jesús debe cuidarse con esmero. Cada uno, debe buscar la manera de fortalecer su unión con Jesús. Lo principal son los sacramentos, pero no debemos olvidar todo aquello que nos permite recibir mejor al Señor en la Eucaristía.