Hab 12-2,4; Sal 9; Mt 17,14-20
El justo vivirá por su fe, palabras del pequeño profeta Habacuc que han hecho un largo camino al ser recogidas, ¡y de qué manera!, por el NT. Donde el texto hebreo masorético lee ‘fidelidad’, el texto griego de los LXX, que es el utilizado casi sin excepción por el NT, pone ‘fe’, y ahí verá prefigurada san Pablo la doctrina de la justificación (Rom 1,17; Gá, 3,11; He 10,38). La visión de lo futuro espera su momento, nos dice Habacuc de parte del Señor; se acera su término; no ha de fallar, y si tarda, espera. Esta espera es la que nos hace vivir por la fe, que es fidelidad de la obra del Señor para con nosotros. Si tarda, pues, espera, no dudes de la fidelidad para con nosotros, para contigo. Por eso, sé fiel para con él. Porque el Señor, nos lo dice el salmo, nunca abandona a los que le buscan. Su justicia y su rectitud nos enseñan y nos protegen, por eso, es siempre refugio del oprimido y el pobre.
Todo es cuestión de compasión por parte del Señor, y de fe por la nuestra. Compasión para quienes lo buscan, acudiendo a él con sus angustias. Pero en este caso queda patente que los discípulos nada han podido para curar los ataques de epilepsia del chaval. ¿Por qué?, ¿qué les ha faltado? Fe. Tenían poca fe. Pues con ella todo les será posible. ¿Fe en qué?, ¿en sus prácticas de curanderos? No, fe en su Señor, quien actúa siempre conmovido por la misericordia de Dios, su Padre, con todos los menesterosos. Lo suyo no es una profesión, sino una apertura a la esperanza.
La fe es confianza absoluta en el Señor. Pero ¿cómo se mide esa confianza?, ¿cuánto dura?, ¿no habrá de terminase algún día?, ¿no flaqueará, al menos? La fe es la hondura de nuestra vida. Fe en que el Señor está con nosotros; en que nunca nos ha de abandonar, incluso aunque nosotros le abandonemos a él. Mas ¿dónde se nos ofrece esa fe? En Cristo Jesús allá donde lo tenemos a la vista, es decir, en la cruz donde lo encontramos colgado de sus clavos. Porque es allá, en ese ofrecimiento cruento, donde se nos muestra y demuestra la fidelidad de Dios para con nosotros. La fe es apertura completa a la gracia y a la misericordia de Dios Padre que se nos regala de manea inaudita en la cruz en la que muere clavado su Hijo. ¿Clavado por quién?, ¿por los malos redomados, los jefes del pueblo que lo entregan a los romanos para que lo ajusticien tras un proceso plagado de desapegos al Dios de la Alianza, sin que nosotros, ni tú ni yo, tengamos nada que ver con ello? Qué fácil sería para nosotros. Recibiríamos el premio por la bondad de lo que somos y siempre hemos sido. Como aquél que se adelantó hasta el Señor para que viera lo cumplidor y hermoso que él era, no como ese otro que se escondía en la última columna del templo dándose golpes de pecho.
Es en la fe en el Señor Jesús, en el valor redentor de la cruz, donde encontramos nuestra vida. Y por esa fe, que se nos convierte por la gracia y la misericordia de Dios en el quehacer entero de una vida, como nos lo señala san Pablo, somos salvados del pecado y de la muerte. De este modo, la fe es vida para nosotros; la corriente de agua que nos hace producir frutos de verdad.