Ef 5,21-33; Sal 127; Lu 13,18-21

Palabras difíciles de escuchar por nuestros castos oídos. Como si no fueran harto complejas de comprender maneras que recibimos del medio en el que vivimos y nosotros aceptamos como puras evidencias, sin mirarlas ni juzgarlas. Ah, pero a Pablo sí, miraremos lo que nos cuenta con la lupa de la crítica más feroz. Páginas como esta han hecho muy antipático a Pablo para muchas gentes de ahora, porque piensan que pone a la mujer en un papel de inferioridad con respecto al hombre. ¿Es así?

Si es así, ¡menuda inferioridad! Dos en una sola carne, con palabras que vienen del Génesis. Compara la relación entre marido y mujer con la que tiene Cristo con su Iglesia. Sometimiento del cuerpo a la cabeza, como ese sometimiento de amor del cuerpo con Cristo, su cabeza. Relaciones intrínsecas de amor, nunca de poderío o de engaño. Amor entre los esposos como el que se da entre Cristo y la Iglesia. Entrega de sí mismo para consagrarla; entrega de purificación. Amen los maridos a sus mujeres como cuerpos suyos que son. ¿Que la comparación pone como cabeza a los maridos y como cuerpo a las esposas? Vale, si quieres pon dos cabezas, o invierte la metáfora. Nada cambiaría en lo substancial, pero en esa nueva relación se olvidaría el modo de la mujer como carne receptiva, como carne encarnativa, como carne en la que crece la carne del hijo común. Sin olvidar, sin embargo, que son dos carnes, dos maneras de encarar la carnalidad, dos modos de ser carne; sí, dos carnes, pero que se hacen en el matrimonio una sola. Carne de amor. Carne de ternura. Carne de respeto en las dificultades casi insuperables de la vida cotidiana. En fin, carne de hijo. Una relación en la que amar al otro es amarse a sí mismo, pues una única carne en lo sucesivo ambos. El marido da alimento y calor. ¿Es así en nuestras maneras de hoy? No siempre. Porque marido y mujer han igualado sus funciones en el trabajo y en tantos modos de ser en nuestra sociedad. Pero ¿también en eso a lo que se refiere san Pablo? Creo que no. Sigue siendo la mujer quien queda preñada —es bueno ver las cosas en su inmediatez natural— y quien alimenta de su cuerpo al niño que en ella está naciendo. Eso no lo hemos cambiado. Como no sea que a partir de ahora los hijos se produzcan en serie en los laboratorios, ¡que todo es posible!

El misterio del amor entre marido y mujer y de sus frutos de carne, carne de hijos, carne de familia, carne de educación, carne de acompañamiento seguido, hasta la muerte, es cosa bien grande, y Pablo lo refiere a Cristo y a su Iglesia. ¿Sabremos nosotros seguir haciendo lo mismo, o nos dejaremos perder en naderías que se enredan en maneras tan episódicas de entender las sociedades? ¿No perderemos así la apertura tan sublime que Pablo nos hace al misterio del amor entre marido y mujer?

Dichosos, pues, los que temen al Señor y montan su vida en el meollo mismo de ese gran misterio de amor de dos en una sola carne. Hay, es cierto, otros modos de amor, mas aquí se da en la Iglesia un amor en plenitud. De esto es de lo que Pablo nos habla, y de una manera tan sabrosa.

El evangelio añade un matiz. Amor en el Reino de Dios que en su comienzo parece una pura nadaría. Sólo en su comienzo..