Sab 11,22-12,2; Sal 144: 2Tes 1,11-2,2; Lu 19,1-10

¿Cómo puede ser esto, pues apenas si somos algo, un granillo de arena en la balanza?; porque lo reconocemos ante ti, Señor, ¿te compadeces de todos? Compadeciéndote de mí, de nosotros, Señor, ¿te compadeces de todos? ¿Quién soy para que acontezca esta compasión de todos a través de mí? Mas por el solo hecho de ser granillo de arena, de existir como criatura tuya en un apenas nada, un pequeño buruño de carne, sostienes nuestro ser con tu benevolencia, porque nos has llamado. Tuyos somos. Tú nos has llamado a ser. Tú nos perdonas. Todos somos tuyos. Y, a través de nosotros, no sólo los demás como nosotros, sino todos los otros seres mundanales que tú has creado junto a nosotros. Nos reprendes, sí, pero para que nos convirtamos y creamos en ti. ¿Qué haremos, pues? Bendecir tu nombre por siempre jamás, como rezamos con el salmo, porque siempre eres bueno con todos. Por eso, todas las criaturas te darán gracias con su propio ser, a través de nuestra mediación de creaturas tuyas, preferidas por ti, pues creadas a tu imagen y semejanza.

Qué hermosura encontrar al pequeño Zaqueo subiéndose a la higuera para ver pasar al Señor Jesús. Lejos, muy lejos estaba de ser un hombre de conveniencia; los justos ni siquiera le podían invitar a comer, pues jefe de publicanos y pecadores públicos, por lo que se hubieran manchado ritualmente con su mero contacto. Todos lo sabían en Jericó. Él también. Por eso, sólo quería ver al Señor. No podía aspirar a más. Pero era pequeño. Rico en poder de dinero, pero pobre ante él. No alcanzaba a ver su salvación. Los demás se lo impedían. Cuando estabas bajo la higuera te vi, dirá Jesús a Nicodemo. Ahora, subiendo a la misma higuera, pues no alcanzaba ni de lejos al nivel de los justos, quiere ver pasar a su salvación junto a él. Le basta con esto. Luego, quedará nostálgico para siempre de lo que ha contemplado con sus propios ojos. Mas su Salvador se para junto a él. Le mira. Le dirige la palabra. Baja en seguida, pues hoy tengo que comer en tu casa. Un mandato lleno de persuasión y de cariño, pues si hubiera sido justo también él, Jesús nunca hubiera traspasado las puertas de su casa, y mucho menos para comer en ella. Sorpresa inaudita del jefe de pecadores. Me ha mirado. Me ha visto. Me ha hablado. Se invita a comer en mi casa. ¿Cómo es posible, no sabrá que soy un pecador? Los demás sí lo saben; ellos no se engañan. Por eso murmuran. ¡Es un pecador! Pero no le importa, su Señor está con él. Su vida entera cambia. La mitad de mis bienes se la doy a los pobres. No en un futuro del ya veremos, sino en un presente del ahora mismo. La salvación ha entrado hoy en esta casa. La casa del perdido, porque el Señor ha venido a buscarle para llevárselo con él.

Qué hermosura la de Pablo. Nos hace comprender que podemos rogar por Zaqueo para que el Señor lo visite y le convierta a su seguimiento, la que ahora es su vocación, la llamada del Señor a bajar de la higuera. Como Pablo, pedimos que le dé fuerza para lograr que no se quede toda su vida postrera en procaces buenos deseos, sino que cumpla la tarea de su vocación y, también a través de él, nuestro Señor sea glorificado.