Flp 4,10-19; Sal 111; Lu 16,9-15

Emociona ver a un san Pablo frágil. Quien se emociona a su vez viento el interés que tiene por él la comunidad a la que escribe. Es verdad que es el Señor su amparo, y nadie más. Pero también él necesita el cariño de sus amigos. No le basta con los palos que le proporcionan sus enemigos, tan numerosos, que lo dejaron deslomado tantas veces. Necesita el cariño de los suyos. Y se lo agradece cuando se lo muestran. Qué maravilla: he aprendido a arreglármelas en toda circunstancia. Está entrenado para todo, para la pobreza, para el sufrimiento, para el martirio, cuando llegue. Es el Señor quien lo conforta, y en él todo lo puede. Es verdad. Pero con qué ternura leemos estas palabras suyas: hicisteis bien en compartir mi tribulación. Le enviaron limosna, que necesitaba, cosa que otras comunidades fundadas por él no hicieron. Lo agradece. Le llega a lo profundo del alma. ¿Qué puede dar él a cambio?, ¿con qué se lo pagará? Mi Dios proveerá a todas vuestras necesidades. Porque, aunque no lo vaya chiflando por ahí, san Pablo es pobre, rematadamente pobre. Todo lo ha dado a su Dios. Qué bonita esa apropiación de Dios cuando dice mi Dios. Indica la cercanía a él, y también a sus amigos, la comunidad que él fundó. Mi Dios y vuestro Dios. Tú Dios y nuestro Dios. Porque él conoce la magnificencia de su Dios y nuestro Dios. Sabe de su riqueza inconmensurable. Todo ello en Cristo Jesús. No en doblones ni en importancia de intereses. Toda su riqueza la tiene en Cristo Jesús, Toda su inmensa riqueza no es otra que Cristo Jesús. Lo demás es pobreza radical. Sólo Cristo. Todo en Cristo y por Cristo. Tal es el ejemplo que nos muestra: seguidme, pues. Haced como yo, porque el Señor me ha puesto en esa luz blanca y brillante, cuando me dijo: Soy Jesús, ¿por qué me persigues? Cuando perseguía su Iglesia, su Cuerpo. Tal es su riqueza. Todo lo demás no cuenta. Aunque a veces, en la pura necesidad, tenga que pedir ayuda —como también pedirá que le lleven su abrigo, que lo había dejado abandonado—, y recibir el cariño tierno de sus amigos, los que le siguieron en la comprensión y el vivir la Buena Noticia. Porque Pablo, como Jesús, siendo rico, se hizo pobre, para enriquecernos con su pobreza.

Nuestro tesoro, nuestra riqueza es Cristo. Aunque, precisamente por vivir en ese desprendimiento que le hace pobre, rematadamente pobre, su pobreza lo enriquece con el don de su Dios. Como a nosotros, nuestra pobreza por el reino nos enriquece con el don de nuestro Dios. Seamos de fiar, así, en lo poco, en lo pequeño, en el dejarlo todo para seguirle, continuando en la senda de Pablo. Qué cuidadosos tenemos que ser con el dinero, con el interés, con el poder. Nuestro corazón estará en un o/o, o con Dios o con el Dinero. Esto Pablo lo sabe muy bien, y nos lo quiere transmitir: nuestra pobreza es riqueza. Así aconteció con Cristo Jesús, quien se anonadó en la pobreza de la cruz, él, que venía de lo más alto. Así aconteció con Pablo, quien todo lo dejó, su carrera de maestro en la Ley, la seguridad de una familia, de un lugar digno en donde vivir. Así acontecerá con nosotros, contigo y conmigo, que seguiremos a Jesús y también a Pablo, ¿o no?

Pobreza de Pablo, petición de ayuda y ternura con la que le atienden los santos.