No son textos fáciles los que estos días leemos en el Evangelio de la Misa. Forman parte de lo que se llama “el discurso escatológico”. Hablan de los últimos tiempos y pueden causarnos una cierta impresión. Ello no ha de ser motivo para dejar de meditarlos. A mí siempre me ha costado un poco entrar en ellos. Por eso he recurrido a algunas interpretaciones de los Padres de la Iglesia que ayudan a una lectura espiritual.

Dice por ejemplo san Agustín en referencia a las palabras del Señor: “¡Hay de las que están encinta o criando en aquellos días!”, que se refieren a las personas que han puesto su corazón sólo en las cosas terrenas. Lo explica con un ejemplo: “¿quiere alguno comprar un campo?; se halla encinta, porque todavía no lo ha conseguido; ese hombre está preñado de esperanza. ¿La compró? Dio a luz y ya amamanta a lo comprado. ¡Ay de los que tienen puesta la esperanza en el mundo! ¡Ay de los que se adhieren a las cosas que dieron a luz en la esperanza del mundo!”.

Explican una anécdota terrible de un ministro de Luis XIV. Dicen que poseía varios palacios en los que había acumulado tesoros y obras de arte. Consciente de que se le acababa el tiempo de la vida se paseaba por los pasillos de su castillo abrazando sus posesiones y gimiendo: “¡Qué pena tener que dejar todo esto!”. Ese es un peligro, porque los bienes terreros pueden embotar el corazón y distraerlo de su fin último que es la vida junto a Dios.

Otro peligro es la fascinación que produce el mal. Recuerdo como mi atención quedó atrapada cuando el atentado terrorista contra las torres gemelas. Aquella precisión en la ejecución del mal me causó una honda impresión. Jesús nos advierte de que los hombres  “quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo”. A veces el mal nos paraliza. Vemos los desastres y quedamos destrozados y sin saber que hacer. Es lo que sucede cuando, por ejemplo, no sabemos explicar las cosas y eso nos causa tribulación.

La respuesta está clara y la apunta el Evangelio de hoy: “Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación”. Cabe que a veces Dios permita que el maligno se manifieste con especial furia. Así actuó con el santo Job, atentando contra sus propiedades, privándole de sus hijos e hiriendo su mismo cuerpo. Pero él no desfalleció. Al contrario reafirmó su confianza en el Juez justo.

No podemos detenernos en la contemplación de los desastres. Lo hizo la mujer de Lot cuando la destrucción de Sodoma y se convirtió en estatua de sal. Hay que hacer como los israelitas justo antes de la salida de Egipto. Mientras el ángel exterminador atacaba a los primogénitos ellos en pie, así lo había mandado el Señor a través de Moisés, celebraban su primera Pascua esperando el momento de la salida hacia la Tierra Prometida. La mirada siempre puesta en las cosas del cielo. Hay que hacer lo que san Francisco Regis que, anduviera en el asunto que fuera, siempre se preguntaba: “¿Qué tiene esto que ver con la vida eterna?

Miremos a María, la Virgen fuerte, que mantuvo la esperanza junto a la Cruz de su Hijo y perseveró en la oración junto a los apóstoles. Ella es nuestra maestra y nuestro refugio en todo momento, pero especialmente en los de tribulación.