Gé 3,9-15.20; Sal 87; Ef 1,3-6.11-12; Lu 1, 26-38
Lo que la carta paulina dice de nosotros, con eminencia inconmensurable lo podemos aplicar a la Madre de Jesús. Porque, si es verdad que nosotros somos carne de Dios, creados a su imagen y semejanza —aunque, ¡ay!, el pecado nos acecha desde siempre—, con mucha mayor razón ella dio la carne de su hijo. La inmensa fiesta de hoy es la de la carne. Carne sin pecado. Preservada de todo pecado desde su mismo nacimiento, porque de esta manera se preparaba el seno inmaculado en donde Jesús, su hijo, iba a nacer. Las siempre maravillosas páginas que abren el libro del Génesis nos narran cómo nuestra carne quedó manchada por el engaño que nos llevó, y nos lleva, al pecado, al alejamiento de Dios, nuestro Creador. Parecería que queremos contradecir al autor de esas páginas cuando dice de todo lo creado, pero de manera muy especial tras la creación del hombre y la mujer, que todo era bueno. El engaño de la serpiente, tan astuto al adentrarse en las complejas relaciones hombre-mujer-mundo, chafa nuestra imagen, enturbia nuestra semejanza. En un acto de voluntad, pues fuimos creados libres. ¿Cómo podría nacer de nosotros, de nuestra carne manchada por nuestro pecado, el Hijo de Dios? Dios la eligió en la persona de Cristo para nacer en un seno virginal e inmaculado. La nueva Eva, para que diera luz al nuevo Adán. La madre de todos los que viven. Con ella nacía entre nosotros un nuevo linaje. Porque elegidos en el amor para que fuéramos santos e irreprochables. ¿Cómo hubiera sido posible esto en nosotros, manchados por el pecado? ¿Cómo, sin el seno virginal de María, hubiera podido nacer en todo parecido a nosotros, excepto en el pecado? Porque en María se corta esa sucesión de hijos de Eva, hijos engañados, engañadores, siempre frutos de la añagaza. porque aceptada como cosa nuestra, bien nuestra, y nace ese linaje nuevo cuya cabeza es Jesús, el hijo de María. Por eso, con ella, somos elegidos en la persona de Cristo. De esta manera abundará entre nosotros la Gloria de la gracia de quien, así, nos eligió desde antes de la creación del mundo. Ella herirá en la cabeza a la serpiente engañadora. Desde entonces todo nos es distinto; todo nos puede ser distinto siendo de su linaje, haciéndola también nuestra Madre. Hijo, ahí tienes a tu madre, nos dirá Jesús en la cruz.
Ante tal misterio, ¿nos extrañará que quedara confusa por el anuncio del ángel enviado por Dios? ¿Quién hubiera podido creerse merecedora de lo que le era anunciado? El Señor está contigo, la llena de gracia. Elegida por Dios en la persona de Cristo desde antes de la creación para preparar una carne en la que habría de nacer el Hijo del Padre. Seno virginal. ¿Hubiera podido verse utilizado en algo que sería como una producción en serie? Su Hijo único. Quien nacía en ella, y de ella, le era anunciado como Hijo de Dios. El Espíritu Santo vendrá sobre ti y su fuerza te cubrirá con su sombra. En ese instante se produce uno de los momentos más emocionantes de lo que hasta entonces había acontecido en la creación: cielo y tierra, pájaros y estrellas, retuvieron su aliento, como lo hizo el mismo Dios Trinitario, para oír la respuesta de María. Asombroso y humilde silencio de la creación y del Creador en el que María pronuncia estas palabras: Sí, hágase en mí según tu Palabra.