La Traslación de la Santa Casa de Loreto. Santos: Eulalia de Mérida, Julia, vírgenes; Melquiades (Melciades), Gregorio III, papa; Carpóforo, presbítero y mártir; Abundio, diácono y mártir; Menas, Hermógenes, Eugrafo, Mercurio, Gemelo, mártires; Sindulfo, Diosdado, obispos.

El espléndido testimonio de fe de esta jovencísima mártir de los tiempos de Diocleciano en la capital de la provincia Lusitania conmovió a los cristianos de Mérida y de toda la cristiandad, les estimuló a la fidelidad a la fe en los malos tiempos y sirvió como punto de referencia obligado para ser coherentes en los compromisos de vida cristiana. Cantó con ampulosidad los hechos el poeta hispano Aurelio Prudencio y los emeritenses levantaron una hermosa y rica basílica en su honor que sabía a gloria a los muchos peregrinos que se acercaban allí para remozar sus compromisos con Cristo. ¡Qué pena no se conserven hoy en la capital autonómica extremeña los restos arqueológicos de estos mármoles como presentes están otros testigos de la cultura romana!

El furor anticristiano y el excesivo celo por cumplir los edictos del emperador han ido corriendo por la península desde los comienzos del siglo III; la han barrido de norte a sur dejando una estela de héroes cristianos. A la cosmopolita Mérida de aquel momento, colonia entonces de Roma, Emerita Augusta, fundada por Augusto un cuarto de siglo antes del nacimiento de Cristo para albergar a los jubilados de las guerras contra los cántabros, también llegó el furor de Diocleciano. La posiblemente primera de las ciudades hispanorromanas debió de conocer pronto el Evangelio que echó raíces fuertes y generosas; así debía ser por estar los cristianos en conflicto permanente con el ambiente sumamente pagano del entorno.

Doce años tiene Eulalia. Es cristiana cabal, enamorada de Jesucristo; le tiene consagrada su virginidad. Pronto tomaron sus padres la decisión de sacarla al campo ante las noticias de las pesquisas por las casas de los cristianos que solían terminar con sangre.

Lo que no tuvieron presente sus padres fue la energía que había dentro de la joven-niña ni la calidad de su amor a Jesús; quizá pensaron que aquellas frecuentes manifestaciones a las que estaban habituados en su casa eran solo efluvios emotivos de la adolescente. Hizo plan de fugarse de casa por la noche en compañía de la criada Julia, para presentar cara a la palpable injusticia del emperador. El tribunal del prefecto Calpornio la oyó decir que el Dios verdadero es el único que merece culto y honor, que los ídolos son hechura de las manos de los hombres, que es una necedad llamar dios al emperador, que recibirían castigo quienes lo hacían y que ella era cristiana con la confianza puesta en Jesús. Afirmó desafiante que el Dios verdadero la libraría de los peligros y que estaba dispuesta a morir por Él. Primero fueron azotes con heridas y sangre; luego el fuego de antorchas sobre las heridas; le cortaron los pechos y la quemaron en la hoguera. Los que contemplaron asombrados los hechos y su propio verdugo vieron salir una blanca paloma de su boca cuando murió. El cielo honró su inmolación con una copiosa nevada que la vistió de blanco cubriendo su cuerpo.

Así ha quedado para la posteridad su vida, pasión y muerte. Ciertamente que hay todos los fundamentos para pensar que la leyenda ha adornado con lo mejor de la fantasía su martirio, poniendo énfasis en sus palabras, en sus gestos y en la crueldad de los verdugos. Pero tras los ingredientes de los detalles que constituyen el relato literario queda como fondo la gesta –no sería menos heroica ni menos verdadera de haber sido narrada en lenguaje seco y escueto– de Eulalia, audaz, fuerte, virgen y mártir por el ideal de su Cristo.

Además del Peristéphanon del poeta local, traspasa su culto las fronteras para adquirir tono universal; llevaron sus reliquias a Austria, es cantada entre las vírgenes de San Apolinar Nuevo de Rávena, Agustín le hace panegíricos en África, Beda la recuerda en las islas y el balbuceante francés de la lengua de oïl la plasma en uno de sus más hermosos poemas. Si el nombre de Eulalia significa la bien hablada, bien habló ella y de ella bien hablaron en todas partes del mundo.

Bien vendrán para la Iglesia del tercer milenio muchas fotocopias fieles, dispersas por la geografía hispana, de este original rico en audacia, colmado de decisión, pleno de consciente entrega y amor a Jesucristo, esplendente en la valoración la virginidad de cuerpo y alma. La perdida basílica antigua hecha de ricos mármoles se reproduciría, sublimada, en muchísimos templos.