Hoy celebramos la fiesta de los santos Cirilo y Metodio. Es uno de esos casos, no tan inhabitual, en que dos personas de la misma familia son venerados como santos. Cirilo y Metodio son hermanos y evangelizaron los pueblos eslavos durante el siglo IX. Como hizo san Benito en la parte occidental, los dos hermanos no sólo introdujeron el evangelio y los pueblos del norte, sino que además contribuyeron a la transformación de su cultura. El mismo alfabeto de aquellos lugares toma su nombre de uno de los santos. Es la llamada escritura cirílica.

A pesar del recorrido que ha tenido el cristianismo en aquellos países, donde una parte importante de los fieles pasó a la confesión ortodoxa, tras el cisma de Oriente (a. 1054), aún hoy percibimos la importancia de la misión evangelizadora de aquellos santos. Cirilo fue monje y Metodio Obispo. Ambos, cada uno desde su peculiar vocación, fueron instrumentos dóciles de los que se sirvió el Señor para traer muchos pueblos a la fe. Cuando recordamos a estos personajes singulares de la historia de la Iglesia no podemos dejar de plantearnos una pregunta. ¿Sería eso hoy posible?

Hace años el Papa Juan Pablo II lanzó el mensaje de la nueva evangelización de Europa. Dicha llamada nacía de la constatación de un hecho. El antiguo continente, forjado en la lectura de la Biblia y construido alrededor de las iglesia y ermitas dispersas por todo su territorio se ha apartado de Dios, y además de una forma violenta. Todo lo que lleva la marca cristiana es rechazado. Como señaló lúcidamente Chesterton, en su novela La Esfera y la Cruz, el odio a lo cristiano puede conducir incluso a la locura. Mientras los sociólogos constatan, cada vez más, que el cristianismo pasa a ser residual, la gente de fe nos preguntamos: “¿Es esto irremediable?”

El Evangelio que escuchamos hoy nos invita a pedir pastores. La mies es abundante, dice Jesús, pero hay pocos trabajadores. Desde ese enfoque Jesús llama la atención sobre lo que le toca poner al hombre. El campo de trabajo es inmenso y la voluntad salvífica de Dios es universal. Pedir trabajadores supone, en primer lugar, entrar en sintonía con el corazón de Dios Padre. Es decir, tomar conciencia de que todos los hombres están llamados a la salvación. Ese es el deseo de Dios. Así lo sintieron Cirilo y Metodio y Jesús nos invita a participar de él. No sé hasta qué punto nos damos cuenta de la multitud que necesita conocer a Dios. A veces paseo por la gran ciudad y veo esos edificios tan altos llenos de viviendas, habitados por cientos de personas y me pregunto: ¿sabrán que Dios los ama?

Cuando se constata la necesidad se pasa a la petición. Como la fe es una gracia no está en nuestra mano suscitarla en nadie. La comunicación de la fe no es magia. Es un don que Dios quiere conceder. Cuando se entra en la petición verdadera, pidiendo al Señor que envíe sacerdotes, misioneros, mujeres y hombres verdaderamente apostólicos, entonces se empieza a despertar en nosotros la conciencia de misión. A quien pide de verdad el Señor le muestra lo que puede dar. Y por eso en la oración nacen las almas verdaderamente misioneras.

Nada esta perdido. Hay un camino para conducir a todos los pueblos a Jesucristo. Para descubrirlo hemos de meter nuestra cabeza y nuestro corazón en el cielo. Que María, estrella de la nueva evangelización proteja nuestro continente y nos acompañe en la bella tarea de dar a conocer el Evangelio de su Hijo.