Is 22,13-53,12; Sal 30; Heb 4,14-16. 5,7-9; Ju 18,1-19,42

Al decirles ‘Yo soy’, retrocedieron y cayeron a tierra. Ya lo veis, ha blasfemado, se apropia el nombre mismo de Dios. Conque, ¿tú eres rey? Todo el que es de la verdad escucha mi voz. ¿Qué es la verdad? Si sueltas a ese, no eres amigo del César. Aquí tenéis a vuestro rey. ¡Fuera, fuera!, crucifícalo. No tenemos más rey que el César. Se cumplió la Escritura. Mujer, ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes a tu madre. Sabiendo que todo había llegado a su término, para que se cumpliese la Escritura dijo: Tengo sed. Está cumplido. E, inclinando la cabeza, entregó su espíritu. Saltó de su costado sangre y agua.

Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Hasta podemos decir de manera salvaje, que su sufrimiento es nuestra alegría. Porque él nos salva de la muerte y del pecado, ¡qué mayor alegría! Hasta el punto de que nuestro sufrimiento, al contemplarle, como María su madre, que tuvo su corazón traspasado por el dolor de ver a su hijo en la cruz, y el que nos puede llegar, el que llega a tantos de nosotros, se hace también mediador, pues incrustado en el suyo. Llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen, para todos los que sufren con él y por él, en autor de salvación eterna. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron. El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento y entregar su vida como expiación por nosotros. Fue contado entre los pecadores, su rostro quedó desfigurado por nuestros pecado; lo tomó sobre sí e intercedió por nosotros los pecadores. Él, de este modo, es nuestro Redentor y Salvador. Por eso podemos acogernos a él, sin que nunca nos defraude.

Contemplémosle: está clavado en el madero quien es el camino, la verdad y la vida. Quien nos marca el camino para por medio de la visibilidad de su cuerpo, de su carne, a través de ella, alcanzar el vislumbre de quien es invisible: camino que, sin embargo, termina en la cruz, en donde tocamos a Dios. Quien es la verdad de todo lo que somos, de todo lo que es, puesto que concreador y recreador del mundo, y que a nosotros, hechos a imagen y semejanza de Dios, nos alcanza la verdad en su completud, mientras nos va donando nuestra propia verdad en la plenitud de la imagen y de la semejanza que ahora, en Cristo, elevado en el santo madero, alcanza todo su valor: verdad que, de este modo, se expresa en la cruz, el lugar material en donde Dios nos toca. Quien es la vida en su absoluta perfección de completud, desde la que nos hace donación de la nuestra en la plenitud de eso que somos, la cual se nos ofrece siguiendo su camino y alcanzando su verdad, mejor, adhiriéndonos a la verdad: vida que, sin embargo, muere clavada en la cruz, lugar en donde Dios nos regala su ser. Quien es la resurrección y la vida ha quedado como un pingajo clavado en lo alto, con rostro de pecado, como estandarte para que le mire todo aquel que es mordido por la serpiente venenosa de la culpa y de la muerte: en ese rostro vulnerado resplandece la Gloria misma de Dios. Completa paradoja en la que se diría que nada está en su lugar, que todo es diferente de su expresión, porque todo parece distorsionado, trastocado, precisamente, por la materialidad de la cruz de Cristo. Pero hoy en la adoración del instrumento de muerte salvaje comprendemos el Misterio de Dios, pues se nos hace patente que es la cruz el lugar en el que se nos dona nuestra salvación. Mas nuestra aportación tiene un motor que nos dirige hacia ella: la fe en Jesucristo. Por medio de él hemos obtenido por la fe el acceso a esta gracia en la que nos encontramos: y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios (Rom 5,2). Hágase lo que pides, tu fe te ha salvado. Quien está muerto, colgado en el madero, es el camino por el que nos lleva nuestra fe en Jesús; es la verdad que se nos dona por nuestra fe en Jesús; es la vida que se hace con nosotros como impetuosa corriente por nuestra fe en Jesús; es la resurrección que nos abre las puertas de la vida eterna, de la vida en Dios, por nuestra fe en Jesús. Y a él, en definitiva, lo encontramos en la cruz. Misterio profundo de la muerte de Cristo. Misterio de Dios. Pues el verdadero icono de Dios es la cruz de Cristo.