Ayer trajeron a la parroquia la caja del proyecto de ejecución del nuevo templo. Bueno, más que una caja, un ataúd. Diez capetas gordas, llenas de folios y de planos que hoy tendré que llevar al Obispado para que firmen una por una (me han dicho que eso no era tarea mía, yo encantado). Hay que firmar cada hoja para que cuando hagan la obra todo se corresponda con lo que pedía el arquitecto y lo que oferta la empresa, al precio que dijo. Si hay problemas, se saca la hoja y se enseña lo que se firmó. Estaría fatal que contratásemos una parroquia y nos hicieran un bloque de apartamentos o un centro comercial. Pero se firma lo más grande y hasta lo más pequeño, desde el estilo de la fachada hasta el diámetro de las tuberías de desagüe. Si se cuidan estos detalles en las obras humanas ¿cómo no vamos a cuidar igual las obras divinas?.
“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.” “El que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.” La obra de la salvación es iniciativa de Dios, el realiza el proyecto, lo pone en marcha, lo ejecuta y le da cumplimiento. Ha firmado su obra, que somos los hombres, con el sello del Espíritu Santo. Y Dios no escatima en gastos, nos entrega a su propio Hijo, ni realiza chapuzas, lo hace todo con perfección. Sin embargo a mi me podrían entregar la parroquia más hermosa del mundo y podría instalar dentro un mini-golf o una casa de baños termales. La culpa no sería del arquitecto, ni del aparejador, ni del constructor, ellos han hecho perfectamente su obra, la culpa sería exclusivamente mía de malograr la idea con la que fue construida. Cada uno de nosotros ha sido redimido, en el bautismo Dios ha rematado su templo en cada uno de nosotros, con perfección. Ahora cada uno tendrá que ver para qué usa su vida.
“En aquellos días, el sumo sacerdote y los de su partido -la secta de los saduceos-, llenos de envidia, mandaron prender a los apóstoles y meterlos en la cárcel común. Pero, por la noche, el ángel del Señor les abrió las puertas de la celda y los sacó fuera, diciéndoles: – «ld al templo y explicadle allí al pueblo íntegramente este modo de vida.» Entonces ellos entraron en el templo al amanecer y se pusieron a enseñar.” Los apóstoles son reincidentes, y lo serán muchas más veces. Les habían prohibido enseñar en nombre de “ese”, pero cuando se acoge la redención en nuestra vida uno se da cuenta que está hecho para manifestar las maravillas de Dios con obras y palabras. No puede hacer otra cosa. No importa la cárcel, o la tortura o la muerte, lo que realmente importa es que se anuncia la buena noticia de la redención. Por eso seguirán enseñando, a tiempo y a destiempo, con la gente a favor o en contra. Para eso hemos sido re-creados, redimidos, salvos.
Y a nosotros en ocasiones nos parece que hablar de las maravillas de Dios es forzar nuestra vida, nos da vergüenza y muchas veces callamos. Si cuando nos vean tienen que ver las obras que hace Dios en nosotros a pesar de nuestras miserias, eso es lo que somos, lo que Dios hace en nosotros. Lo otro es engañar, no mostrarnos como somos.
Muchas veces le han dicho en esta semana Santa en las procesiones a nuestra Madre la Virgen: “Guapa, guapa y guapa” (aunque no pudieron salir a la calle en tantos sitios por la lluvia). Ella es guapa porque nos muestra las maravillas que Dios ha hecho por su medio, ojalá ella nos enseñe a mostrar en nuestra vida esa belleza.