Ayer pagué la primera certificación de la obra de la parroquia, a partir de ahora empiezan a sangrarnos. Es verdad que hemos comenzado en un tiempo corto, sólo hemos estado dos años y medio en el barracón para comenzar las obras, cuando muchos otros están siete u ocho años hasta que empiezan a construir. Algunos dicen que porque la zona es de clase acomodada…, bueno, está acomodada a pagar la hipoteca y el colegio de los niños todos los meses. Otros dicen que tengo enchufe con no sé quién…, debe ser con mis amigos de Vicálvaro, Carabanchel o los pueblos de la sierra que un euro no tienen, pero me dan muchos ánimos. Si esto de construir un templo en tan poco tiempo (y pagarlo en tanto), ha salido para adelante es por la divina providencia y por la buena gente que hay en la parroquia que da su tiempo y su preocupación en que esto salga. Por supuesto también hay que abrir a las siete de la mañana y terminar cuando Dios quiera, en ocasiones al día siguiente. Hay que privarse de vacaciones y planes particulares, en ocasiones pasar un poco de hambre, un poco de sueño y rezar bastante. Planificar no sé, pero cada día procuro hacer lo que tengo que hacer, que en ocasiones no es lo que tenía proyectado ni lo que me gusta. Si algo tengo claro es que si el Señor no construye la casa en vano se están cansando los albañiles. Si me hubieran dado a elegir seguramente no me hubiera metido a construir, pero simplemente hago lo que me han encargado y si no sé, aprendo o procuro no meter mucho la pata.

“Si hay que presumir, presumiré de lo que muestra mi debilidad”. San Pablo nos muestra hoy una de las mayores paradojas de los cristianos. Lo nuestro no es el éxito, aunque nuestras acciones las tengan. Si hacemos algo es para la gloria de Dios y sólo Él se tiene que llevar los méritos. Un “humilde trabajador de la mies del Señor” se definía Benedicto XVI al comienzo de su pontificado. En lo humano un político habría presentado sus logros, su valía y sus proyectos. Los que somos de Cristo sólo tenemos que reflejar a Cristo, aunque en ocasiones lo hagamos tan mal.

“No atesoréis tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen, donde los ladrones abren boquetes y los roban. Atesorad tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que se los coman ni ladrones que abran boquetes y roben. Porque donde está tu tesoro allí está tu corazón.” Dios es el único pagador, el único aplauso que importa. Y ante Dios no podemos presumir de nada, sino de no aprovechar la gracia que nos está dando en cada instante. La humildad no es una virtud forzada, es simplemente reconocer la verdad. Con no molestar bastante Dios hará maravillas, muchas más de las que nos podemos creer. La debilidad humilla, pero en el fondo nos fortalece. Sólo Dios basta, decía Santa Teresa, sólo en Dios pongo mi esperanza. Sabernos débiles nos ayuda a saber de quién nos fiamos y dejamos que sea Jesús el que construya y  nos ayuda a estar atentos a lo que quiere el Espíritu Santo en cada momento.

Toca presumir de ser muy poca cosa y de que Dios haga tanto con tan poco. “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador”. Estas palabras de la Virgen que todos los días repetimos nos ayudan a dar gracias por nuestra debilidad.