San Agustín tiene un comentario al evangelio de este día que es muy sugerente. Apunta a que el Jesús dormido en lo hondo de la barca es figura del que duerme en el alma de los fieles. Dado que Jesús no sucumbe al sueño si él no quiere, porque es Dios, cabe interpretar que se durmió porque los apóstoles no le prestaban atención. Es posible que dejaran de darle conversación o que, ocupados por las tareas de navegación, se olvidaran de él. Así procede a veces el entendimiento humano, que olvida que Jesús está presente en todas nuestras actividades. Ya lo advertía santa Teresa: “Dios también anda entre los pucheros”, en una frase que es mucho más sobrenatural de lo que parece. Jesús ha venido al mundo porque todo lo humano le interesa, sea lo que sea. Lo que ocurre es que, en ocasiones, nosotros olvidamos su presencia.

Me contaron esta anécdota. Un sacerdote movía los bancos de la iglesia, que eran bastante pesados. Estaba totalmente ensimismado en su ocupación cuando oyó una voz que le decía desde el sagrario: “¿Por qué haces tanto ruido, no ves que estoy aquí y me molesta?”. El pobre cura le respondió: “Señor, ya sabes que mañana tenemos las Primeras Comuniones y hay que preparar la iglesia”. Y Jesús le dijo: “¿Cómo quieres que lo sepa si tú no me has dicho nada?”.

¡Nos olvidamos tan fácilmente de Dios! Incluso cuando estamos enfrascados en tareas apostólicas. Es entonces cuando Jesús duerme. No es que esté cansado, sino que lo hemos dejado solo, porque el Evangelio muestra muy bien que cuando los apóstoles lo llaman Él acude presuroso y calma la tormenta. Pero además los reprende. No era yo el que dormía, sino vosotros, que no tenéis suficiente fe: “¡Cobardes! ¡Qué popca fe!

San Agustín recuerda que la barca a veces puede ser la cruz, es decir, los momentos de dificultad por los que pasamos. Hay sufrimientos y tentaciones que provocan una gran crisis en nosotros. Entonces, parece que Jesús duerme. En otras ocasiones, la barca designa a la Iglesia. En cualquier caso, hay que hacer lo posible para no olvidarnos de Dios. Trucos los hay a millares: los signos religiosos en nuestra casa o en el lugar de trabajo, las jaculatorias que podemos repetir en cualquier momento, una estampa deslizada como punto de lectura o un ejemplar de los evangelios puesto a la cabecera de la cama. Cada cual conoce de qué recursos puede disponer. Son útiles para que Jesús no se duerma. El mismo Obispo de Hipona pone un ejemplo. Dice que quizá alguien nos ofende y entonces nos vienen ganas de vengarnos. Cuando sobreviene, esa tentación es como el mar embravecido de que habla el evangelio. Las olas de la ira o el viento de la cólera pueden desorientarnos profundamente y alimentar ese deseo de venganza, es decir, pueden hacer zozobrar nuestra barca de la vida cristiana. Entonces hay que despertar a Jesús y volver a acordarse de Él, esto es, hay que reanimar la fe. Cuando esto sucede, caemos en la cuenta de que el perdón es superior a la ofensa y de que el mal sólo puede vencerse con abundancia de bien. Podemos aplicar este ejemplo a cualquier otra tentación.