Gé 28,10-22a; Sal 90; Mt 9,18-25

Ángeles de Dios subían y bajaban por la escalinata que apoyada en la tierra tocaba el cielo. Es el sueño de Jacob. En la vida despierta andaba, hablaba, cuidaba sus rebaños, atendía a sus menesteres. Es en sueños, habiendo cogido de allí mismo una piedra que se colocó a guisa de almohada, cuando ve la escala, a los ángeles y en lo alto al Señor Dios que estaba en pie sobre ella. ¿Son, pues, cosa de sueños, o, por el contrario, muestran la realidad entera de su ser, la esencia misma de su realidad más profunda? Porque, ahí, el Señor le anuncia quién es, el Dios de tu padre Abrahán y el Dios de Isaac, el que le trae y le lleva, quien le da la realidad de su tierra sobre la que está acostado y que le va a dar en posesión para sí y para su descendencia. ¿Cuál es, pues, la verdadera realidad de Jacob, la de un hombre cansado de conducir sus rebaños y sus gentes sin encontrar descanso, y que no tiene sino una piedra en la que apoyar la cabeza de sus sueños desasosegados, o la de la escala con los ángeles que suben con sus oraciones y anhelos, y bajan con la cercanía inaudita de quien es su Dios, el Dios de sus padres, Abrahán e Isaac, que se le muestra allá en lo alto? ¿Cuál es su verdad?, ¿la pequeñez sudorosa de su caminar diario, sin saber muy bien a dónde ir, o, contando con ella, la promesa de que siempre ha de estar con él, pues le acompañará dondequiera que vaya? Yo estoy contigo.

Porque, es así, Dios está con nosotros, descendientes en la fe de Jacob. No solo con nosotros, de manera genérica, sino contigo, conmigo, de manera hondamente personal. Porque el Señor está en este lugar. Un lugar que es de carne. La tuya y la mía. Y ese lugar se llama casa de Dios, porque tu carne y la mía son la casa del Espíritu Santo. Los ángeles que suben y bajan por la escala de Jacob son los mensajeros de ese Espíritu que viene a nosotros, a ti y a mí, desde ese alto que es el seno de misericordia del mismo Dios. Por eso tiene razón el salmo con el que cantamos de qué modo habitamos, tú y yo, al amparo del Altísimo, y nos regocijamos de que es él nuestro refugio, nuestro alcázar. Nos cubrirá con las plumas de los ángeles que suben y bajan, nos refugiaremos bajo sus alas.

La escala es para nosotros el camino de nuestro seguimiento de Jesús, el enviado de Dios, nuestro Refugio, nuestro Salvador, nuestro Redentor.

Porque aunque hayamos muerto, quizá, muertos por el pecado, cuando alguien intercede por nosotros, como ese personaje que se arrodillo ante Jesús mientras este hablaba, no todo ha terminado para nosotros. Mi hija acaba de morir. Pero ven tú, ponle la mano de tu misericordia en su cabeza, y vivirá; renaceré de mi pecado a la vida de la gracia. Y Jesús, tocándonos con su palabra, con su gesto, cogiéndonos de la mano, con su infinita red de misericordia, nos libera de la muerte y del pecado. Porque es Jesús la escala que va de nosotros al Padre y de él a nosotros. Es Jesús quien sube y baja por ella, llevando a lo alto la profundidad de nuestra pequeñez, el cansancio de nuestro pecado, para descender del seno de quien es Trinidad Santísima con su misericordia infinita.